Al menos para Wall Street y demás mercados financieros, y para los agentes y clientes del mercado inmobiliario de Estados Unidos, los hechos son concretos y reales.
Los adquirientes de bienes dejan de pagar, los bancos quiebran por falta de liquidez y las acciones se deprecian.
En cambio, en las pequeñas economías, al sur del río Bravo, los planes de contingencia y previsiones logran que muchos consumidores naufraguen antes de que llegue la tormenta. Uno de los principales factores en el encarecimiento es el llamado costo de reposición, que nos pone a pagar hoy por las supuestas desgracias del mañana.
Muchas piezas de repuestos y refacciones para autos y diversos artículos y productos necesarios para el diario vivir que se traen de fuera, están cayendo en fuertes alzas como si la crisis de allá, que apenas comienza, hubiera que pagarla aquí y por adelantado.
Casos peores: muchos distribuidores suben sus precios por la suposición de que la estanflación que va a extenderse por el mundo hará bajar sus ventas, y por tanto hay que sacarle el máximo beneficio a cada artículo que hoy tenga salida.
Y los productores de legumbres de exportación ya incluso están vendido más caro aquí las hortalizas que a lo mejor, allende los mares, van a dejar de comprarles.
En suma, nosotros los habitantes del mundo que todavía no se ha desarrollado, y que a lo mejor no lo haga jamás, no solo somos víctimas de las oscilaciones del gran capital foráneo, sino también de las mezquinas y exaltadas precauciones de inversionistas nativos.
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