LA COLUMNA DE HORACIO
El pastel inacabable del que todos quieren comer

<STRONG>LA COLUMNA DE HORACIO<BR></STRONG>El pastel inacabable del que todos quieren comer

En un país en el que el rumor es una industria y las ilusiones se dan silvestres por insuficiencia nutricional infantil, los nombramientos causan más frustración que alegría. Previsiblemente, son muchos los llamados y pocos los escogidos. La mies siempre será mucha (la paga un fisco incontinente) y los obreros, pocos.

Por más amigos, cercanos co-partidarios, asociados y compañeros de ideales del Presidente, insólitos sobrevivientes de la evolución post-Bosch, no podrían llegar al ciento y pico. Los que aspiran y construyen castillos de naipes respecto de añoradas  designaciones tendrían que ser más de ahí.

Agréguese a esa realidad la  condición de los aliados, cuya votación suele ser facturada al cubo, por el cálculo de que jamás se hubiera ganado con el caudal de sufragios propios.

Ahí es que la cosa se pone linda para personajes y adalides de coalición. Un pezón vacuno para cada uno antes de que el presupuesto no pueda más. La política es así. Por eso hay tantos  señores que prefieren ser rabo de león que cabeza de ratón, aunque es probable que los pelos de la cola salgan costándoles a los contribuyentes tan caros como los de la melena.

El dilema de quienes de viejo están en las mieles del poder reside en  que el mando supremo tiene debilidades por la rotación. La mayoría de los incumbentes sabe que el cambio no siempre significa caer. Un buen consulado, un ministerio sin cartera, una novísima función asesora o alguna otra investidura at large o ex oficio deben convencernos de que nuestro Estado parece un autobús gigante en el que no solo caben todos los que llegan sino también aquellos que solo aparentan que salieron.

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