Cierto observador estricto de la realidad, al que tras nacer le sembraron el ombligo en el territorio neutral de la vida, suele sonreír con tenue ironía para advertir: no juzguemos a los demás a partir de los prejuicios; seamos objetivos: midamos correctamente a la gente y a los hechos.
Pero en unas tertulias a las que a veces asisto se huye de la asepsia verbal y conceptual cuando en festivos parlamentos nos entregarnos a la culpación por instinto. La que por camino radical conduce a las conclusiones de ipso facto. Si camina como pato, tiene alas de pato y membranas, pato es. En cambio Venancio, un devoto de la sociología, me reprocha: no vayas raudo a creer que el abogado que te presenté prefiere sexualmente a los seres de su mismo género. Sus trazos feminoides no expresan lo esencial de su personalidad.
De mi lado sigo remitido a los indicios que me golpean la cara. Quizás porque no soy tan inteligente como él para diferenciar a una mariposa de un gavilán. De todos modos, ese es su derecho; pero debo contar que una vez Venancio encargó a alguien la venta de un solar.
Un tipo de maletín dudoso y saco desgastado que hablaba de abundancia de efectivo por comisiones de exitosas transacciones. Creyó lo que decía por que en efecto mostraba papeles, sellos y alegadas copias de escrituras. Yo preferí observar el auto en que el afamado agente llegaba a la casa y estacionaba a media cuadra: un desvencijado Toyota del 80 con el asiento de atrás repleto de fundas de panes y galletas. Estuvo claro pues el porqué ese proveedor real de productos de la harina que asumía la apariencia de promotor inmobiliario jamás lograra la tarea encomendada.