Es un hecho irrefutable que el Estado no es un ente uniforme. La autonomía financiera y de otros tipos ponen a veces a lo oficial de espaldas a lo oficial. En un lado el viento sopla a favor; en otro, en contra. El Metro viaja a todo dar; la autopista San Cristóbal-Baní es el cuento de nunca acabar. Un desastre vial inconcluso con diez años cumplidos y diez más por cumplir.
En la JCE, gracias a los ahorros y a la factible acumulación egoísta, el dilema es ¿en qué solares convertirnos en dueños de apartamentos para ver mejor a la ciudad desde arriba? En cualquier maternidad pública se formulan preguntas diferentes: ¿Cómo lograr que en las salas de parturientas con capacidad para veinte quepan cuarenta? ¿Podremos poner a tres pacientes en cada cama donde ahora hay dos? En Inespre hay cientos de empleados cobrando sin trabajar. En Inavi, cientos trabajan sin cobrar. Y en la medida en que se escucha decir que las arcas de la Seguridad Social engordan, en esa misma medida las clínicas tratan de hacer enflaquecer la asistencia a los asegurados. +
La forma irregular en que fluyen los recursos del Estado a veces se manifiesta en un solo sitio. En la biblioteca de la UASD se lee con amplitud, confort y mármol caro. En Cambridge no se estaría mejor. Pero para entrar al baño de un edificio de aulas, en el mismo campus, hay que armarse de paciencia y valor porque las facilidades son inmundas y reducidas. Somos un país con grave déficit de ambulancias y de carros contra incendios; y con insuficiente inversión en Educación. Pero no hay funcionarios de cierta categoría en adelante que carezcan de buenos medios de locomoción. Tampoco hay congresistas que recuerden cómo eran los tiempos malos anteriores a sus mandatos.