La cultura de conectarse a lo gratis de las redes eléctricas o manipular contadores no es geográficamente uniforme. Un frugal y correcto profesor de química, que ya va para jubilación, tiene en Villa Francisca su oasis de cumplimiento, un lugar rodeado de música a alto volumen y usuarios contumaces y que además permanece minado de apagones.
Este maestro de tradición y sentido del honor pobre y tercamente honrado- tiene algunos vecinos, tontos como él, con limpias relaciones de facturación por la energía de su sector. Pero lo que por esa vía se colecta no satisface a los jerarcas del sistema.
La luz se va en tandas continuas haciéndoles vivir en carne viva lo que es la alternación de sufrimientos pues, sobre todo en los fines de semana, el episódico y arbitrario ir y venir de la electricidad suele tener la compañía del jolgorio. ¡Sube más ahora el volumen que esa bachata me encanta! ¡Marroquín, para un rato ese desorden en la calle y ven a arreglarme la plancha ahora que hay luz! Un pintoresco coloquio domina el ambiente, pues cuando el apagón termina la gente ruidosa se anima.
Las ganas de consumir electricidad sin pagarla se acrecientan. Cuenta él que en la parte atrás de sus dominios opera un herrero capaz de hacer un juego de muebles de terraza a media noche, martillando sin compasión con estrépitos de metales y chisporroteos de soldadura.
Logra productividad regañando malapalabrosamente a un infeliz operario. Su jornada laboral, respaldada por Aes, puede extenderse hasta las tres de la madrugada que es cuando la electricidad hace mutis otra vez. Respetuoso y callado, a esa hora este digno profesor suele bendecir las deficiencias eléctricas.