LA COLUMNA DE HORACIO
Mojarse hasta los huesos en día claro

<STRONG>LA COLUMNA DE HORACIO<BR></STRONG>Mojarse hasta los huesos en día claro

La meteorología tiene aceptación  pero un poco  a grosso modo, y mientras más lejos del trópico desquiciado esté el lugar en que uno vive, más se podrá creer en ella. Lo digo con todo respeto, pero en este medio las “posibilidades de lluvia” se equiparan a cualquier casualidad del destino como ser chocado por un minibús de Fenatrano o encontrarse en el supermercado con el abogado violento al que abochornamos   por teléfono el día anterior.

Me hace feliz  que el tiempo pase  sin tener que recurrir a mi seguro contra altos riesgos en el tránsito, pero me enfada andar para arriba y para abajo con un paraguas que el cielo no me obligue a usar. O lo viceversa que es también común: quedar empapado por la imprevisión de no llevarlo o tener que pasar horas bajo un alero esperando que cese de llover a pocos metros de donde está el auto. Los partes del tiempo hablan de vaguadas en altura, y si para la fecha el sol quema más de la cuenta por falta de  nubes, uno puede  suponer que el fenómeno tomó tan en serio lo de subir que ni siquiera se ve.

Otro cliché de predictores  suele anunciar “tiempo medio nublado con chubascos dispersos, tronadas aisladas y ráfagas de viento”. Pero si en un día en que recorremos una parte del país  no vemos ni una lloviznita, habría que preguntarse qué es lo que los meteorólogos entienden por dispersión y aislamiento. El haber estado en muchos sitios sin que lloviera hace  temer que a veces  los boletines se traspapelan y que los chubascos anunciados correspondían a San Juan de Puerto Rico. La naturaleza en sí es enigmática. ¿Cuántas veces  la nublazón es completa, truena duro  y los ventarrones sacuden todo y luego solo caen 20 gotas en el lugar donde estamos?

horacio@hoy.com.do

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