A la ley no escrita pero indefectible que ordena que clientes regulados de la electricidad paguen por el clandestinaje y el robo que cometen los demás, se suman otras situaciones de hecho que desemparejan la carga energética que gravita sobre la sociedad en pleno.
Si los aparatos de aire acondicionado fueran aquí tan usuales como en los veranos de Estados Unidos, el consumo resultara cuatro veces mayor que el actual.
Millones de dominicanos que viven a merced de abanicos que no siempre atenúan las funciones de las glándulas sudoríparas son los que permiten afirmar que este es un país con índices de consumo moderados en lo energético.
Los pobres de aquí, y sus similares de otros sitios que carecen de altas cilindradas, de la disponibilidad generalizado de electrodomésticos incluyendo onerosas pantallas de plasma, están a la vanguardia de las sujeciones que son imprescindibles para salvar al planeta del desastre climático.
Son ellos los verdaderos héroes de la modernidad y sin su forzoso e inequitativo sacrificio, el día del cataclismo final estaría más cerca.
Como es lógico, nadie en ese rol del constreñimiento está conforme. A todos, probablemente, les preocupa el incierto destino de la humanidad pero les encantaría darle un último vistazo al género humano vacacionando por los continentes aunque haya que consumir en jets toneladas de combustibles fósiles que dañan la capa de ozono; y ver los atardeceres que queden desde el regio ventanal de una alcoba climatizada con el respaldo de una planta de emergencia con potencias de esas que aceleran la contaminación atmosférica.
Cualquiera de nosotros los pobres podría sostener, filosóficamente, que bien valdría la pena escapar de los pesares del presente en lo que llegan los del futuro.