La subida de precios de granos a nivel mundial, que es lo que ahora traerá hambre a la humanidad, tiene su verdadera motivación en el llamado crudo, al que se pretende sustituir con un cocimiento de cuantos vegetales hay en el planeta.
Decenios atrás, cuando los países productores se organizaron en cártel para usar las cotizaciones como arma contra occidente, la agresión llegaba a los bolsillos. Ahora, por decisión de los propios occidentales, alcanzará directamente a los estómagos.
Y como ocurre en casi todas las guerras, las mayores víctimas son los civiles atrapados por el fuego. Exxon y Shell se encargan de conducir los misiles del encarecimiento pero cobrando un peaje devastador para los mercados. La crisis las engorda más que a los dueños directos de esa riqueza.
Pero el petróleo es también un fetiche que está en los altares de gente poderosa. Si usted pregunta por qué el libre comercio no hizo bajar los precios de artículos importados, le dirán que la culpa es del sweet de Texas y de Hugo Chávez. El primero porque sube los precios de los combustibles y el segundo porque lo celebra y genera incertidumbre.
Si botan una oleada de operarios de empresas ensambladoras, la explicación es que los costos del transporte encarecen los productos de exportación, excepto a los chinos que al parecer trasladan sus mercancías a nado.
Desde el siglo anterior, millones de personas del mundo en desarrollo han visto que sus empleos, el oneroso transporte, las elevadas facturas de energía y la inflación, que a veces se torna galopante, dependen en absoluto de la palabra petróleo. Cualquier potro alocado que patee por puro gusto, merecería llamarse así.
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