Cuatro o cinco semanas santas más o su equivalente en asueto y distracción es todo lo que la gente -en un marco de notable y aliviante ausencia de politiquería- necesita para su transcurrir previo a los sufragios.
¡Pero no más campañas de intrusas caravanas urbanas ni de convocatorias a multitudes que terminarán defraudadas, ni de melodramas televisivos patosos que mezclan verdades y mentiras.
Yo sé que las tarjetas limosneras y los chequecitos de emblemas oficiales jamás causarán repelencia en los estómagos y hogares de los hijos de Machepa. Como uso de recursos nacionales el caso sería grave. Como alivio a las necesidades de los pobres que se pretende enajenar serían apenas un rocío mañanero, porque con todo y eso, los beneficiarios suelen seguir sin saber lo que van a comer al otro día.
A mí me da que con todo y lo objetable que resulta, ya lo único que tendría sentido en este devaluado debate pre electoral es el reparto, puesto que si a estas alturas de la competencia los contendientes no han podido decir mucho que valga la pena, poco es lo que puede quedarles en la bola en el campo de las propuestas serias y las ideas.
No propongo una tregua de la política propiamente dicho, sino de las sandeces y los estorbos del burdo accionar del proselitismo, y que a partir de ahora los votantes se limiten a recibir, tranquilos en sus casas, y como en los tiempos del comesolismo incipiente, todo aquello que sirva para engordar o para colocar alguito del vil metal en los bolsillos.
Se supone que el soberano tuvo ya suficiente ruido y que ya tomó su decisión para fallar el día clave, y no debería sorprendernos que, efectivamente, falle.