¡Pamplinas! Para algunos políticos dominicanos, lo que importa es la meta, no el camino. Si entre ellos algunos escogieron la vía del destripamiento de sus tropas (los que mandan no van al campo de batalla) como teme el presidente de la Junta, estarían auto-infligiéndose una lección que conviene y al fin estaría comenzando la purificación que esta nación necesita.
El ring de boxeo, que metafóricamente fue sugerido, parecería menos viable. Aceptable solo si quienes suben a despachurrarse son los contendientes, tras formular el compromiso de que el que queda arriba, no importa lo ridícula que resulte la pose, sea también el ganador electoral que economice a las arcas nacionales los dispendiosos costos del proceso comicial.
Con el deporte de las narices chatas, que para este caso debería ser el de las narices menos, la política criolla tendría un grave conflicto institucional, lo cual no debería sorprender a nadie. Los golpes bajos están prohibidos en el pugilismo, lo que, sin embargo, es bastante frecuente en los afanes locales por merecer el poder.
Junto al cuadrilatero suele colocarse un juez que toca periódicamente una campana para que el intercambio de golpes entre en receso; pero en este país hubo varios magistrados de más autoridad que mandaron a parar una desaforada campaña publicitaria y nadie le hizo caso. Cada uno se colocó en la contra-civilización de decir: mientras el otro siga insultándome, insulto yo; y luego la consigna inevitable de golpe por golpe y diente por diente que la humanidad creía superada.
El boxeo político dominicano aportaría a la historia la Pelea de los siglos, con antagonistas en relevo. Una contienda atroz que podría tener el final feliz, eso sí, e insólito, de que nadie quede en pie al arribar al capítulo final.