LA COLUMNA DE HORACIO
Reencarnaciones que se encuentran en la calle

<STRONG>LA COLUMNA DE HORACIO<BR></STRONG>Reencarnaciones que se encuentran en la calle

No soy de los que han creído que las almas de otros tiempos pasan a cuerpos nuevos, ni siquiera porque vi  que algunos individuos de la contemporaneidad dejaron como planicies vacías importantes bienes del Estado, como la línea CDA y el consorcio  Corde, algo que también hubiera ocurrido de haberles pasado por encima Atila y los Hunos.

En 12 de los primeros años de la libertad recuperada hubo gendarmes  crueles que sacaban a los presos para ir a matarlos  en la vía pública, como ocurrió con cuatro jóvenes de Barahona y con un paciente-recluso del hospital Padre Billini. Eran órdenes que parecían dictadas por un Trujillo que se había olvidado de que con las ergástulas de la cárcel de La Cuarenta, que él mismo creó, se podían cubrir las apariencias.

Si uno fuera a creer en reencarnaciones tendría que admitir que no solo renacen figuras estelares sino también sus alabarderos. Nadie sabe a dónde fue a parar la escultura del caballo alado cabalgado por un Hipólito Mejía  en bronce. Pero lo cierto es que no fue necesario  echarlo al suelo como ocurrió  con la enormidad ecuestre de un monumento  al Rafael de San Cristóbal, distante del de  Gurabo.

Con posterioridad al 30 de mayo, muchos han querido que vuelva  un “Jefe” al solio. La concentración de poder en pocas manos  no ha sido barrida constitucionalmente todavía y persisten los subconscientes de quienes se han considerado imprescindibles. Balaguer decía que jamás pretendió ponerse las botas del tirano. Le bastaba con tratar de eternizarse en su silla de “alfileres”. Próximos categóricos y quizás efectivos esfuerzos por acomodar la Constitución al continuismo nos podrían reafirmar que hay pasiones que nunca mueren.

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