LA COLUMNA DE HORACIO
Sobre una gran ciudad y sus compartimientos

<STRONG>LA COLUMNA DE HORACIO<BR></STRONG>Sobre una gran ciudad y sus compartimientos

Aun cuando los motociclistas invaden los elevados que les están prohibidos y las carretas tiradas por jamelgos todavía  circulan por el Polígono Central, tete a tete con yipetas y Jaguares, Santo Domingo es una ciudad bastante delimitada.

Los semáforos “inteligentes” que por lo regular compiten con unos agentes que creen más en los brazos que en el cerebro, son un recurso vial específico para avenidas principales y zonas de primera. En otros ámbitos urbanos de baja categoría, sobre todo al este del río Ozama, los artefactos de luces, además de brutos, son insuficientes  para que muchos conductores presurosos y anárquicos entren en razón y se sometan a sus señales. Por algún motivo, a mayor distancia del corazón de la ciudad, mayor desenfreno en la circulación.

En el exclusivo Naco y en los entornos de los apartamentos del Presidente y  varios ministros, se puede confiar en la presencia frecuente  de autos patrulleros lo mismo que  por los alrededores del Palacio, bajo vigilancia de una bien equipada guardia presidencial en adición a la Policía.

Por esos sitios jamás veremos  un linchamiento  incentivado  por omisiones policiales  o judiciales. Ni siquiera un intercambio de disparos, que es la forma institucionalizada  de lo mismo pero que siempre llega con unos detalles  repugnantes  que ofenderían la elegancia que predomina en el poder. Ciertas profilaxis, que antes llamaban cirugía cuando el blanco de las balas quedaba vivo, deben practicarse preferiblemente por allá por Sabana Perdida, la Charles De Gaulle y El Pensador de Villa Duarte. La delincuencia sin blancura es la  única que se presta a truculencias. Para la otra, refinada y de buenos cuellos, están las argucias legales.

horacio@hoy.com.do

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