Lo cierto es que la modernización de República Dominicana es comparable a un veloz tren que deja a mucha gente con la cara larga y los pesares gruesos. Es este un escenario de opereta muy poblado de secretarios y subsecretarios de Estado, asesores y ayudantes del Poder Ejecutivo, vicecónsules y generales en un número que supera a todos los de la OTAN.
Se necesitó de una tragedia en Guachupita, donde perdieron la vida seis hermanitos y dos señoras para comprender la terrible falta que aquí hacen lo primario y lo esencial, pues dos operarios con una grúa hubieran desactivado a tiempo la piedra mortal de un desplome anunciado. Para esos detallitos, sin valor aparente, pero que salvarían gente y preservarían calidad de vida en diversos ámbitos, la autoridad diligente tarda mucho en llegar o deja a los infelices esperando.
Por eso es que en este país de nada vale ser cabo, un rango deshonrable cuando se mete la pata; ni pasajero de sistemas colectivos que servirían para viajar sin quitar el hambre; ni empleado bancario que deba ir a la cárcel aunque padezca cáncer; ni simple oficinista de Medio Ambiente sin la posibilidad de quedarse de malcriado en su casa en vez de ir a trabajar. Lo provechoso y atractivo en esta sociedad es el Vagón de Primera Clase de la burocracia cuyos viajeros disponen de excelentes automóviles, despachos y residencias.
Si bien es cierto que se trata de un carruaje social espacioso, pues caben crecidas élites de todos los poderes, incluyendo el militar y el electoral, la incontenible fecundidad de los vientres de la pobreza y la estancada clase media garantizan que seguirá siendo inmenso el sector ciudadano que queda fuera.