En el cálculo de todo el que paga impuestos está la esperanza de que los frutos de su sudor habrían de servir para hechos concretos y mejoría de la situación para el país. Cuando no ocurre así suficientemente, y la gente tiene que seguir gastando para mandar los hijos a escuelas privadas o para disponer de energía con plantas propias e inversores, invertir en cisternas e incurrir en gastos para que algunas otras cosas de lo público funcionen, uno terminan creyendo que el Estado nuestro tiene un brazo largo y otro corto.
Se habla de la presión tributaria como si fuera la única en acogotarnos. Pero al ganadero de Monte Plata que le roban reses cada día, que lo dejan sin los cables que energizaban su finca, que se le rompió el camión porque la carretera no sirve y que tuvo que gastar un dineral en el año mandando a sus trabajadores a clínicas privadas por falta de cupo en hospitales públicos, lo que lo están hundiendo más no es el pago de impuestos sino el hecho de que eso le sirva de poco.
Los dominicanos pagan dos protecciones con la esperanza de vivir en paz, pues los salarios de los policías, jueces y fiscales para vigilancia y aplicación de justicia salen de sus bolsillos. Pero también de esos bolsillos sale el pago a los ejércitos de guardianes privados y los costosos enrejados del imprescindible blindaje con que hay que vivir en estos tiempos. Los prósperos negocios de alarmas y otras protecciones para vehículos y el exitoso desarrollo de clínicas, colegios y universidades creados con fines de lucro le salen a la ciudadanía por un ojo de la cara. Señores de la presión tributaria, ustedes no están solos en este mundo.