Algunos dilemas locales parecen a veces una forma de huir de los conflictos por la tangente. ¿Serviría de mucho contra el tráfico de drogas un poder de fuego en el aire si al mismo tiempo, en tierra, ciertas autoridades continuarán vulnerables al bombardeo en efectivo y sin pólvora que los neutraliza?
Mientras se habla de comprar aviones para vigilar costas, en Paya algún cartel había comprado algo que le convenía más: oficiales superiores, con facultad para decir a los mandos supremos: sin novedad en el frente, aunque el material clandestino estuviera fluyendo por toneladas. Si no hay fortaleza ética y profesional en los medios de persecución, la romería de mulas hacia el exterior y los furgones de aspecto inocente pero con narcóticos que pasan por los puertos van a seguir su curso.
Con el problema de los haitianos, por demás, nos cantamos y nos lloramos. Todo el mundo parece estar en contra de su masiva presencia pero a la hora de la verdad lo que se da es una aceptación ilimitada de ellos, revelándose el desdoblamiento de rechazar a esos forasteros cuando hablamos, y contratarlos sin demora cuando los necesitamos y al parecer, mientras haya caña, arroz, café, varillas y cemento los brazos de allende la frontera serán imprescindibles.
Unos límites fronterizos mayormente imaginarios facilitan las cosas. Muchos intereses obran contra la separación de estos países, alas de un mismo pájaro, según repetía Aristide. A pesar de las formales prohibiciones, República Dominicana sigue enviando pollos y huevos a los pobladores del occidente que aun pudiendo venir a comerlos aquí prefieren seguir todavía disfrutando sus derechos soberanos sobre toda la isla sin salir de Haití.