Hoy 
Unas instrucciones para disminuir el consumo de electricidad al utilizar la lavadora indican que el aparato no debe ser cargado de muchas piezas pero tampoco con pocas. La comodidad de hacerlo como a uno mejor le convenga y el tiempo dé no es compatible con el ahorro. Luego viene la economía al planchar. Las recomendaciones, con frecuentes actos de apagar y prender, son como para tener que hacerlo con más frío que calor y utilizando exageradamente los músculos para que la tela no quede arrugada.
Normas incompatibles con el reumatismo. Un amigo compartió conmigo sus notas para uso eficiente del horno de microondas y como todavía no he cogido el piso casi me ha dado náusea comer la avena tibia a cada rato. En dos ocasiones la fallida descongelación de pollos me hizo pensar en la posibilidad de inventar un helado de carne. Nunca imaginé que la austeridad pudiera lanzarme de cabeza al mundo de los vegetarianos que no se exceden ni al beber agua.
Como estoy tan decidido a reducir gastos, tomé en serio lo de apagar bombillas de más, afuera, adentro y en la terraza, aunque eso haya venido a ser algo así como un programa para engordar mosquitos, sobre todo cuando decido ver televisión en penumbras.
Luego hice mía la pauta que dice que con una marcha estable a 80 kilómetros por hora la gasolina rinde más. Lamenté mucho en estos días haber sido el único conductor que sabía eso en la carretera de Baní, por la que unos feroces camioneros con cargas de arena y cascajo mostraban una prisa de Fórmula Uno que casi me saca de la vía dos veces. No desmayaré. Pienso que las economías que hoy busco voluntariamente, mañana tendré que hacerlas por obligación.
