Una relación de amor y odio se da entre gobernantes y gobernados, pues los ansiados subsidios no existirían si previamente no fueran efectivos los mecanismos recaudadores que la gente suele recibir con pesar.
Además, si en un país de gran deuda social el Estado dispone de recursos para subvencionar es porque no tuvo acierto en invertir. En el poder se cumple más que en otros ámbitos el adagio: donde las dan las quitan.
Cuando los productores agropecuarios tocan puertas en busca de algún alivio o asistencia compensatoria fue porque sobrevivieron al hecho de tener que compartir ganancias con esa fuerza impositiva, agravante de los males, que obliga a pagar en demasía por fertilizantes, plaguicidas, implementos y maquinarias, además de tener que cubrir el costo de las ineficiencias de un Estado que no estimula la producción.
La gente que lucha y desespera porque le abran alguna ventanita para acceder, vía subsidios, al Tesoro Nacional es casi la misma que nutre las cuentas estatales pagando la gasolina más cara del mundo y manteniendo un aparato oficial super crecido.
Cuando se escucha al público gritar y patalear en reclamo de algún acto asistencial, viene al caso recordarles a los que mandan que sin la contribuciones ciudadanas no hubieran sido posible el transfuguismo y la reelección, y que si ya esa nociva desviación de recursos cumplió su papel en el tiempo, ahora la fuga de cheques y efectivo debe ir sin demoras a los sectores que producen y trabajan. Ya volverán las circunstancias que den prioridad al clientelismo que contribuye a que el país esté jodido por completo.