Los problemas dominicanos, desde drogas e impunidad hasta las insuficiencias de la Educación, son del mismo gran tamaño que exhibe el aparatoso Estado que se supone que está tratando de resolverlos.
Aunque muchas voces se oponen a la duplicación de funciones y exceso de cargos, en este paraíso de las oportunidades para el enllavismo, extraña que todavía no exista una Secretaría de Estado del Hombre para corregir la desigualdad que tiene a los varones sin una categoría burocrática equivalente a la de las mujeres.
Es el gigantismo de la maquinaria empleadora solventada por el fisco lo que hace potables y populares a los políticos y notablemente concurridas a las elecciones aunque, paradójicamente, no pocos dominicanos creen que la mayoría de los males de siempre se deben a la pobreza de criterios y de procederes de esos señores de signos, consignas, buenos sueldos y nada más.
Los partidos tienen siempre abundantes cosechas de empleos: cada vez más diputaciones de ingresos fabulosos y privilegios; cada vez más ayuntamientos, síndicos y vice síndicos, regidores y encargados de distritos; cada vez más vice-cónsules, y flamantes entidades hasta para controlar el alto costo de la vida, en una nación en la que sería más fácil detener al Sida que a la invencible especulación.
Si la burocracia eléctrica fuera reducida a la dimensión lógica y suficiente, habría mucho más dinero para combustibles y para reducir los apagones. Las edes, Sur y Norte, la CDEEE, la Superintendencia y otros novísimos organismos y entidades de la energía expiden más sueldos por metro cuadrado en República Dominicana que sus similares de algunos países grandes y desarrollados en los que nunca se va la luz.