Analizando e incluso aprendiendo con mi gran amigo Leonte Brea sobre lo que ocurre en el mundo a partir del comportamiento humano, recordé algo que había escrito sobre Sócrates, el gran filósofo griego, cuando aconsejaba al ser humano: Conócete a ti mismo. Detrás de ese consejo había, obviamente, una afirmación de incógnita o un detonante de angustia.
Así es en efecto, pues no hay nada más difícil que conocerse a sí mismo.
Y es que es más fácil para este ser conocer con su inteligencia los misterios del universo que entender y explicar los arcanos secretos de su mundo interior, y hasta orientarse en las lejanías cósmicas que en los vericuetos de su propio corazón.
Lo que el hombre ha avanzado en tantos siglos a partir de Sócrates es maravilloso. Lo poco que ha adelantado en la exploración de sus propias profundidades lo convierten en un verdadero desconocido.
Pero se hace indispensable conocerlo a fondo, penetrar en sus honduras porque si se pretende transformar la sociedad, hacer cambios o simplemente modificarlo, desconocerlo equivale a navegar sin brújula, confiar en el azar, renunciar al rol de arquitecto de su propio destino.
Ya se ha dicho: El hombre, ser complejo y difícil, uno y vario, sigue siendo una incógnita para muchos hombres. Difícil es conocerlo, y más difícil explicarlo o comprenderlo. Porque no es solo heterogéneo y complicado, sino que, además es contradictorio. De todas maneras, más allá de cualquier diferencia específica, está el ser humano.
Por tales razones, la humanidad ha podido ver cómo el hombre puede ser inmenso e insignificante al mismo tiempo. Capaz de realizaciones que le dan título o estatus para sentirse orgulloso; de creerse centro del mundo o de todo el universo; y, concomitantemente, capaz de acciones que repugnan a la razón y a la conciencia.
Explora el espacio y logra avances científicos y tecnológicos inmensos, pero es capaz de odiar, asesinar, depredar, provocar guerras, contaminar el aire, envenenar el agua.
Por eso también se dijo: Nunca antes tuvo la humanidad tantos motivos para sentirse orgullosa de la especie, pero nunca las tuvo mayores para sentirse avergonzada de serlo.
Decir que el hombre es el protagonista de la historia implica, en consecuencia, una reivindicación de poderío y una afirmación de responsabilidad indelegable más que de soberbia. Esto obliga, reitero, a conocerlo si es que pretendemos transformar el mundo y, por lo tanto, a la condición humana. Así es, no puede ser de otra manera, porque no puede cambiarse el mundo sin transformar al hombre.
Esta debe ser tarea, no solo importante, sino indispensable para todos los que dicen actuar en beneficio de la colectividad e incluso quienes dirigen entidades u organizaciones en las que los seres humanos se supone que son el principal objetivo. La materia prima en esencia. A quien todo debe estar orientado y dirigido, ya porque debe ser el eje y centro del mundo, o porque fue hecho a imagen y semejanza de Dios.