La comunicación cloacal

La comunicación cloacal

HAMLET HERMANN
Tiene que alegrar a muchos que, por alguna vez en la vida, se hable de la necesidad de erradicar la vulgaridad que se transmite por algunos medios de comunicación. Sin embargo, sabemos que lo habitual es que esos intentos se desvanezcan y los inmorales vuelvan a triunfar. No obstante, considero importante precisar cuál es la causa del problema y cuáles los efectos. Ante todo debe partirse de la ecuación que plantea el problema: la comunicación cloaca es realizada por emisoras cloaca donde trabajan personas cloaca para disfrute de audiencias cloaca porque son auspiciados por anunciantes cloaca.

Lo que resalta ante el análisis es que si la cloaca no tuviera anunciantes la vulgaridad y el descrédito nunca tendrían fuerza ni siquiera para cinco minutos en el aire. Ahí está el origen de todo, en el comerciante o industrial que cree que sus productos tendrán mayor aceptación cuando se anuncian donde haya más vulgaridades e infamias. ¿Quién los habrá convencido de que el insulto, el chantaje y la vulgaridad soez en el lenguaje pueden ayudar a que se venda más? Si las autoridades al fin descubren que hay que defender la moral de esta nación y quieren erradicar la cloaca de los medios de comunicación deben encaminarse, primero que todo, hacia los que financian este deterioro de la sociedad dominicana. Sus principales objetivos deben ser las organizaciones empresariales. Ellas pueden contribuir mucho en esta tarea de adecentamiento.

Como segundo objetivo están las emisoras de radio y de televisión por ser las vías por donde la inmoralidad y el descrédito se propagan. Resulta difícil entender cómo es posible que todos los medios escritos sean tan cuidadosos con lo que publican mientras algunos medios radiales y televisivos estimulan el insulto y la chabacanería. Si los propietarios de esos medios hubieran exhibido alguna vez un elevado concepto de la moral, los programas cloaca no habrían existido. Pero como los inmorales son los que, de alguna manera, consiguen más anuncios, los propietarios de medios encuentran en eso la coartada perfecta para sumarse a la prostitución de la moral. El día que alguna emisora comercial prohíba las indecencias y los atentados contra el honor de la ciudadanía, ese día se acaba definitivamente la cloaca. Pero hasta ahora ese no ha sido el patrón de comportamientos de los señores propietarios de emisoras y por eso el desorden continúa.

En cuanto a los personajes que sirven de marionetas para hablar y actuar como desagüe de excrementos, esos son unos pobres diablos dignos de lástima. Ellos creen ser poder y ser gobierno sin darse cuenta que nada serían si los comerciantes decidieran quitarles los anuncios. Disfrazados de autenticidad popular encubren el más tosco de los primitivismos, así como su falta de inteligencia. Ninguno de esos comunicadores tiene talento ni creatividad. Ninguno. A lo sumo llegan a exhibir una cultura de Selecciones del Reader’s Digest alardeando con una fecha sin importancia o un dato estadístico trivial para así presentarse como enciclopedias de basura. Y son vulgares porque no saben ser profesionales de la comunicación. Siempre será más fácil copiar la basura e imitar a la marginalidad extrema que expresarse sobre ella dentro de un contexto respetable. Sobreviven plagiando el estilo de los cómicos de cabaret que cuando se les acaban los chistes, empiezan a decir vulgaridades. Esos consideran que por cada mala palabra que dicen reciben diez carcajadas fáciles y estridentes. Y es que no han tenido talento siquiera para imitar.

Que no vaya alguien a creerse que esta lucha es un enfrentamiento entre puritanos que se asustan de las malas palabras contra los auténticos comunicadores que hablan el lenguaje del pueblo. No, no es así. Esta es una lucha entre la gente decente y los mercaderes impúdicos, fanáticos envenenadores de conciencias. Han caído tan bajo que hasta se enorgullecen de su baja ralea tal como lo hacen los pandilleros de “Las Naciones”. Los que se mueven en el albañal no han aprendido que las palabras no son buenas ni malas, pero que se requiere talento y arte para usarlas.

Entonces uno tiene que preguntarse: ¿cómo han llegado algunos medios radiales y televisivos hasta estos extremos? ¿Qué pasaría si siguieran comportándose de esa manera? Muy simple, la comunicación cloaca seguiría tomando cuerpo y se haría más explícita, más insultante y más pornográfica. Definitivamente, algunos medios de comunicación no son más que organizaciones cloacales. Y por eso emplean a comunicadores cloaca. Pero tanto unas como otros nada serían si los anunciantes no colocaran sus promociones en los vulgares programas que sacan al aire. Así que si las autoridades quieren dejar de ser cómplices de la inmoralidad y de verdad desean resolver ese problema, que apunten hacia los anunciantes. Ellos son el origen y el final de esta cultura que debe ser extirpada de raíz. Y así podríamos empezar a limpiar esa pestilente cloaca.

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