La concertación dominicana

La concertación dominicana

Acabado de dar nuestro primer grito, nos registran en un documento ineludible, oficial y público: “El acta de nacimiento”, ejemplo de acuerdo explícito; como lo es cualquier contrato mediante escritura. Pero existen acuerdos implícitos, tan rigurosos como los primeros, solapados, que ni se escriben ni se firman: sobreentendidos entre personas o entre grupos.  

Juzgando los hechos y deshechos de los que aquí han mandado, me apabulla  la convicción, difícil de rebatir, de que sus organizaciones y sus dirigentes- sin dejar de contar con la complicidad de los poderes fácticos- actúan siguiendo las especificaciones de un pacto tácito trasmitido fielmente desde que inauguramos esta democracia que pronto cumplirá medio siglo. 

Pactaron maneras de ejercer el poder asegurándose el presidencialismo, el enriquecimiento de sus organizaciones y el de sus dirigentes. Así han secuestrado la democracia. A cambio, los dominicanos hemos recibido poco y nos hemos degradado mucho.

Veamos algunos de los principales compromisos de este riguroso, ágrafo e infamante contubernio a los que nuestros dirigentes se han aferrado.

No invertir en  educación. Todos, sin excepción, se han cuidado de mantener la ignorancia de las mayorías, cosechando así envilecimiento y pobreza para  mantener “el ganado” fácil de arrear.

Salvo tímidos avances, ridículos si consideramos el tiempo transcurrido, mantienen el sistema judicial a la merced del dinero, del poder político y del narcotráfico. ¿O es que alguno de ellos ha dejado de embarrar a su antojo cada una de sus instancias?

Contaminan el tribunal electoral, politizándolo con las  llamadas “cuotas de cargos”, que permiten a los partidos meter sus narices más allá de lo sensato en un poder independiente.

Mantienen el concordato con la iglesia católica aceptando sus directrices. En consecuencia, se entorpecen y postergan las políticas de control de natalidad y de educación sexual. No se atreven, por su desprestigio, a dejar de esconderse detrás de los altares.

En el legajo invisible de este taimado concierto de la clase gobernante destaca el acápite de la impunidad: la protección desvergonzada de los unos a los otros  que les permite saltarse las leyes y llenarse los bolsillos.

Practican un devastador clientelismo a expensas de los fondos públicos.

De esa manera, nuestros presidentes y quienes los han apoyado, acuerdan ignorar la educación; hacerse con el poder judicial; contaminar la institución electoral; someterse a las directrices católicas respecto a los controles de natalidad y a las políticas de educación sexual; mantener la impunidad y comprar adhesiones.

Hasta ahora, esa concertación implícita que promueve la degradación social es el único pacto que han respetado los partidos.

Si revisamos nuestra  historia encontraremos  la  presencia inequívoca de este convenio en la praxis invariable, una vez situados en  palacio, de nuestros gobernantes; llámense como se llamen y cualesquiera que sea su enseña.

Diciéndolo de otra manera: han privado, alevosamente, a la república  de políticas e instituciones indispensables para el progreso, ésas que aplican los países más avanzados de occidente: la educación, la independencia de poderes, el estado laico y la aplicación universal de la ley, entre otras.

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