La conciencia colectiva

La conciencia colectiva

La conciencia colectiva tiene gradaciones. Unas veces es indiferente a sus momentos buenos o malos; otras, se intranquiliza y masculla calladamente sus quejas, pero nada más; el tiempo discurre y las cosas siguen iguales. Si se agravan, suele operarse en ella una callada reacción que a veces oculta, y cuya peligrosidad no escapa a la percepción de cada una de sus conciencias individuales.

Esa reacción, cargada de mortal energía, puede o no estallar. Si los momentos destructivos persisten y amenazan su existencia, el estallido se hace necesario; en caso contrario, las fuerzas del mal se entronizan y amordazan la conciencia de todos.

En la historia de los pueblos ese proceso es habitual, corriente. Se da entre nosotros y también en los demás pueblos de la tierra. Si esa conciencia colectiva, sintiéndose vejada, humillada, no reacciona en el momento indicado, si se le violan sus reglas, sus instituciones, su modo de vida, entonces sus instituciones son aprisionadas por una malla que le suprime libertades y le niegan respeto. El panorama social y político se ensombrece, la ilegitimidad es impuesta por la fuerza bruta, indiferente ya a los frenos del derecho.

José Ortega y Gasset, eminente pensador español, ante el triunfo del fascismo en la segunda década del pasado siglo, se preguntaba: «¿Cómo las demás fuerzas sociales, que han sido hasta ahora entusiastas de la ley, no logran oponerse a esa victoria del caos jurídico?». Y el mismo se respondía: «Por la sencilla razón de que hoy no existen fuerzas sociales importantes que posean vivaz ese entusiasmo?». Obsérvese que el gran escritor emplea el término «vivaz» y no «vivas». Las fuerzas sociales capaces de oponerse con éxito a los Camisas Negras de Mussolini estaban vivas, pero no vivaces, es decir, enérgicas para contrarrestar el fascismo. Y la dictadura italiana condujo con sus aliados a una guerra espantosa que costó millones de vidas.

¿Estamos nosotros frente a una conciencia colectiva acallada por las bravuconadas de una «democracia» que pretende ser la otra «cosa»? No. La sociedad dominicana está en la última raya que marca el toque de rebato. Ha sido y sigue siendo paciente, pero su paciencia se agota. Porque recurriendo nuevamente a Ortega y Gasset, nunca más acertado su pensamiento cuando, refiriéndose a la democracia, afirma que «con unos u otros aditamentos o reservas, hoy todo el mundo presiente que las formas establecidas de democracia y liberalismo han degenerado hasta convertirse en meros vocablos».

Estamos a tiro de un certamen electoral cuyo desenlace conoce de antemano el elector. Nadie ignora que el 16 de mayo próximo las urnas arrojaran un balance que el opositor mayor daría lo que no tiene por ignorarlo. Aun así, él va. ¿Será un balance justo, habrá un conteo limpio, será una lid sin mácula? La duda da saltos, porque es posible que en las finales del certamen, esta democracia huera, dirigida por un presidencialismo que siempre ha abusado de los recursos del Estado en sus campañas proselitistas, maniobre a expensas de un adversario abrumadoramente mayoritario, víctima de las ventajas que ofrece el mandato supremo.

La conciencia colectiva aguarda la última gota de agua sobre el vaso ya rebosado por su soberana voluntad electoral, cuyo ganador evidencian todas las encuestas realizadas. ¿Permitirá, como los italianos de la década del 20, como los dominicanos de los años 30, los alemanes de 1933, que a escondidas se le eche un jarro de agua sobre ese vaso colmado, aduciendo, en nombre de una democracia falsa, otro cuatrenio de crecientes miserias, de mayores humillaciones, de endeudamientos astronómicos? Si los dominicanos admiten semejante situación, abuso del filósofo español transcribiendo su reproche:

«…basta que una minoría resuelta se haga dueña del Poder público para poder afirmar que la vida política en ese país atraviesa una etapa de gravísima anormalidad». Pero nosotros no somos un país así, y resuena todavía en el ambiente la metralla a la que se enfrentó su conciencia colectiva, en permanente pie de lucha cuando sus legítimos derechos son ultrajados.

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