La consolidación del dominicanismo

La consolidación del dominicanismo

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El pasado año dejó la secuela de acontecimientos penosos, que pudieran ser el preludio de algo similar a lo que ocurriera en 1937, cuando por órdenes de la dictadura de entonces, se produjo una carnicería en contra de haitianos, con la excusa de proteger la nacionalidad y eliminar una penetración que ya estaba ocasionando daños en la línea noroeste.

Desde que se produjeron los acontecimientos en Hatillo Palma y más luego los de Villa Trina y en otras comunidades en contra de los haitianos y se produjo la culminación con los actos vandálicos escenificados por turbas haitianas bien dirigidas durante la fallida visita del presidente Fernández a Puerto Príncipe el pasado 12 de diciembre, ha habido todo un encadenamiento de acontecimientos que ha llevado a muchos entusiastas de hechos épicos a predecir que pronto estaremos enfrascados en una guerra con Haití. Así se emularía aquellos encuentros del período de 1844 a 1856, cuando los dominicanos consolidaron la Separación y establecieron un estado independiente en la parte oriental de la isla, que tantas frustraciones produjo en el seno de la sociedad haitiana, que han soñado con una isla indivisible, incluyendo sus islas adyacentes.

De ahí que ya es tiempo de dejar la costumbre de hacer como el avestruz, que esconde la cabeza ante el peligro. Se deben buscar los émulos de un Peña Batlle, de un Américo Lugo, y porqué no, de un Eugenio María de Hostos, para sentar las bases de la dominicanidad para consolidar a una masa humana, desconcertada y perdida por las influencias extranjeras, que han destruido las raíces que hicieron grandes a los dominicanos hace ya varias décadas. Hasta los esfuerzos de Jatnna Tavarez para rescatar el merengue criollo, así como los de una importante firma cigarrillera, forman parte de una intención de preocupados dominicanos de devolver el orgullo nacional, muy debilitado y hasta en vías de extinción. Y todo por la rápida penetración de los estilos de vida foráneos, que desde el ganar dinero fácil con el negocio de las drogas, hasta establecer empresas que recuperen lo invertido en menos de dos años, hay una distorsión del pensamiento que deja muy poco espacio para pensar y darnos cuenta que tenemos unos vecinos isleños, que poco a poco y en silencio, se van adueñando de puntos claves del territorio con una invasión pacífica y oculta bajo el eufemismo de que es para escapar de la miseria, buscando trabajo en la parte oriental de la isla.

El agravio a los dominicanos, que sufriera el país en la persona del presidente Fernández, debería ser el detonante de una reacción popular y valiente para dedicarnos de lleno a establecer las bases de unas relaciones responsables y sin temores. Y al tiempo que se coopera con Haití a superar sus niveles de pobreza, al menos fortalecer nuestra frontera y regularizar la preocupante penetración de haitianos, que aquí encuentran su medio de subsistencia y son indispensables en muchas tareas como en la construcción del Metro de Villa Mella a la Feria, donde hay decenas de extranjeros trabajando hombro con hombro con el personal dominicano.

La diplomacia dominicana, ha sido vacilante y miedosa para tratar con la haitiana, la cual se aprovecha de cualquier error o declaración local, para airear al mundo las agresiones que hacen los imperialistas dominicanos en contra de su pobre pueblo. Han tenido éxito y la verdad que tienen un elevado grado de simpatías y de apoyo, que deja muy mal parados a los dominicanos, vistos siempre como los agresores, por ese temor dominicano de dar a conocer sus posiciones, prefiriendo meterse la lengua donde la espalda pierde su nombre.

Las raíces de los temores dominicanos hacia los haitianos pudieran tener su origen en aquellas incursiones y desmanes que hizo el padre de la independencia haitiana, Desalinnes, en el Cibao que culminaron hace dos siglos, con el degüello de la iglesia de Moca y el incendio de todos los pueblos desde Santiago hasta Monte Cristi. Así nació un repudio y temor a un pueblo, que en el siglo XX, y en el presente, ha luchado por su supervivencia, sin perder su fuerte sentido nacionalista, como ocurrió con la turba dirigida que el pasado lunes 12 repudió la visita del presidente Fernández a la capital haitiana, abortando dicha visita y dejando entre los dominicanos la semilla de nuevos enfrentamientos contra un pueblo, al que nos unen los lazos irrompibles de la insularidad. Por más que los adversemos están sólidamente unidos a nuestro futuro.

El año que recién se inicia debería ser el de la consolidación de la dominicanidad, para hacerle frente, con responsabilidad y humanidad, a nuestros vecinos, que en su territorio, deberían encontrar los fundamentos para la supervivencia, siempre y cuando cuenten con la ayuda internacional, tantas veces prometida pero nunca materializada; y más ahora que se aproxima un evento electoral que podría marcar el futuro de la república occidental para su supervivencia o su extinción.

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