La conspiración de Sergio Tulio Catilina

La conspiración de Sergio Tulio Catilina

Disfruté el privilegio  de ser alumno de un extraordinario profesor de Estudios Generales de la Universidad  de Puerto Rico, Héctor Estades.

El  profesor Estades  impartía su cátedra con un entusiasmo tal, que los estudiantes nos quedábamos como hipnotizados.  Estades era único y auténtico,  pues  imprimía un verbo exquisito al explicar cada personaje de la historia del Imperio Romano. Realmente  su cátedra era como estar presenciando una obra teatral .

Así pues, nos explicaba el erudito académico:  “En tiempo de Pompeyo  y  Craso,  el hecho que más convulsionó la sociedad de Roma fue la conspiración de  un antiguo partidario de Sila,  Catilina”.

En efecto, en el decenio  del 60 a.C.,  los jefes del barrio (Cónsules ) eran dos generales, Pompeyo y  Craso,  el primero, venía triunfante después de someter a la provincia hispana, y el segundo  había suprimido la rebelión de los esclavos liderado por Espartaco. Así pues, se había consolidado el poder y la paz del imperio  bajo el liderazgo de estos dos toleteros.

Sin embargo, eran tiempos de pasar facturas,  el Senado había tomado ciertas represalias contra aquellos que en los años de Sila  habían actuado en contra de sus intereses. Al acecho entre las sombras estaba un  hombre de poco escrúpulo, que había sido gobernador  en África en el 67 a.C., donde cometió innumerables abusos de poder. Ese personaje  supo recoger todo esos descontentos  y  con una hábil política demagógica ponerlo a su servicio; su nombre,  Sergio Tulio Catilina.

El  primer intento de conspiración se produjo tras las elecciones consulares del 65 a.C., a las que él aspiraba y  que no logró que ni siquiera fuera admitido como candidato. Fueron electos Cornelio Sila y Antonio Paeto,  pero fueron acusados de corrupción y sustituidos por Aurelio Cotta  y  Manlio Torcuato.

Catilina se unió a los dos depuestos cónsules  y  planeó asesinar a los dos cónsules electos  el mismo  día que tomarían posesión en el Senado (siempre  se ha especulado que contó con  el apoyo también de César).  La conspiración fue descubierta y abortada:  lo cierto fue que el complot fracasó.

Como únicamente había habido sospecha de él,  sin que se pudiese demostrar fehacientemente los hechos, Catilina  y  sus secuaces  no fueron encausados.

Catilina siguió en su andanzas  y volvió a la carga;  se presentó a las elecciones del 64 a. C., apoyado nuevamente por Craso,  pero los patricios   esta vez le dieron su apoyo a un joven que se destacaba, Marco Tulio Cicerón,  que  ganó las elecciones junto con C. Antonio.

Craso por segunda vez   no logró que su hombre de confianza accediera al consulado. Junto  a Julio César,  plasmó un revolucionario proyecto de ley agraria presentado por el tribuno de la plebe Servilio Rulo,  el proyecto de ley  contemplaba la repartición de tierras y se implementaría, formando  “una comisión de mando e implementación”, que naturalmente, controlaría Craso  y  Catilina.

Cicerón advertido, le salió al frente,  y aprovechó a fines del 63a. un error de los conjurados. Sabía  que una noche había un plan para mandarlo al otro mundo en su propia vivienda, la agresión fue rechazada  por sus guardias.  Al otro día, lanzó un virulento ataque en el senado,  poniendo al descubierto los secretos de los que habían impulsados la trama , hasta tal punto , que el propio Rulo se vio obligado a retirar el proyecto de ley.

Para aquella requisitoria no le bastó un día a Cicerón, necesitó tres. Fue su obra maestra, en la que prodigó todos los tesoros de su elocuencia, vanidad, ego  y marrullería.

Esa es la  parte  que recuerdo más del ilustre  profesor Estades, él se plantaba frente a la ventana del aula  mirando al campus de la Universidad  de Río Piedras, recitaba, lo que Cicerón había dicho en el senado hacia  dos mil años antes, exclamaba el profesor: “Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra”  — ¿Hasta cuándo abusará de nuestra paciencia Catilina?

Pero Catilina no se escarmentaba fácil y volvió a presentarse a las elecciones del 62 a.C., ahora sin el apoyo de Craso, que lo abandonó por Licinio Murena y Junio Silano, volvió a organizar la conjura parecida a la del 66 a.C., y reunió entonces, casi 3 mil secuaces para preparar un levantamiento militar en todo el imperio.

El resto  es historia, fracasó y fue derrotado en Pistoia,  por cierto,  murió como los valientes,  peleando hasta  con el último de sus soldados sublevados. Rara combinación ésta,  conspirador consuetudinario y valiente. Cuando alguien estudia la conspiración de Catilina, tiene que tener cuidado, pues lo que hoy sabemos de él, lo sabemos casi todo por Salustio o  Cicerón, a mi me gusta mucho cómo Cicerón describe a Catilina, dice Cicerón:  “Es un turbio individuo en perpetuo litigio con Dios y con los hombres, que no lograba hallar paz ni en sueño ni despierto,  de ahí su tez terrosa, sus ojos inyectados en sangre y su andar epiléptico, en suma, su aspecto de loco.” Esa cita, recitada por el profesor Estades, era la delicia de los estudiantes.

Las conspiraciones modernas tienen otros estilos e ingredientes,  se usan los emails, se suben a YouTube entrevistas falsas las cuales se distribuyen a lo largo y ancho del planeta,  pero el problema de los Catilinas de hoy  es que dejan huellas indelebles, que ellos no saben que pueden ser levantadas  fácilmente.

Los Catilinas modernos vuelan sobre fronteras ajenas,  y ahí reside su gran error, pueden ser juzgados por violaciones criminales transnacionales y ser requeridos por los afectados para que rindan cuentas. Como en el Imperio Romano,  esas acciones acarrean consecuencias y podrían  ser juzgados  severamente.

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