La contaminación moral

La contaminación moral

Las actuales generaciones están sumergidas en la lucha a muerte para la preservación del medio ambiente, y a medida que avanza el siglo XXI se ha incrustado, en una buena parte de la población mundial, la decisión de luchar para proteger lo que la Naturaleza nos regaló para el disfrute, pero por los egoísmos y ambiciones se llevó a un punto tal que se amenazaba destruir la civilización.

La lucha por la toma de conciencia para proteger el medio ambiente es ardua y permanente. Muchos países ven los frutos de esos esfuerzos con el reverdecer de los bosques y de agua corriendo por cauces que ya estaban secos. La mentalidad ha ido cambiando en cuanto a asimilar los daños que se producen en los entornos donde se vive con los propios desperdicios que inundan las calles y patios de las casas, por los ruidos que destruyen la audición, por el aluvión de propaganda que contamina la vista y el oído. Así mismo el arrase de bosques, que si bien está frenado en muchos países, en otros, sigue el vandalismo de arrebatarle a los bosques su madera para hacer leña o construir bohíos.

La lucha es sin cuartel para proteger el medio ambiente, pero la raíz de que nuestra raza podría estar en peligro de extinción, no es por la contaminación tan severa que existía contra la Naturaleza, sino es la que tiene un origen mucho más perjudicial. Está enraizada en una buena parte de la raza humana, en especial por el daño ocasionado al sostén de las naciones que eran las familias, carcomidas por ese cáncer de la contaminación moral que ha ido destruyendo muchos de los valores que una vez le dieron lustre a las sociedades.

En el seno de la familia tradicional, de mucho antes del derrumbe social, las barreras morales se resquebrajaron, perdiendo su fuerza y esencia para asegurar a los ciudadanos una formación de servir a su comunidad, ya que los países se internacionalizaron con el acercamiento que proporcionan los medios electrónicos de comunicación instantánea entre los continentes.

Al convertirse la Tierra en un vecindario, la transformación cultural de la moral no se hizo esperar, ocurriendo un acelerado proceso de perder los miedos, que habían establecido por siglos las diversas creencias religiosas, en particular el cristianismo que domina la cultura y vida de Occidente. De ahí que el matrimonio no es ya la institución sólida de antaño, que se respetaba y daba razón de ser a la grandeza de las familias y de las naciones, que lo tenían como uno de sus valores principales.

Lo normal ahora es que los jóvenes se unan libremente para convivir y “conocerse”; si resulta, entonces legalizan esa unión, que tan de moda era en el país hasta mediados de la década del 50 del siglo pasado, cuando el amancebamiento era la norma y los matrimonios legales o canónicos eran la excepción, confinado a ciertos niveles sociales.

La contaminación moral es más terrible que la ambiental, ya que con ésta se pueden aunar esfuerzos y recursos para combatirla y controlar sus daños, pero la primera está profundamente enraizada, junto a los egoísmos de los seres humanos, dándole riendas suelta a conductas, que van desde ser débiles con la corrupción hasta sumergirse en las pasiones más alucinantes para buscar el placer.

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