Cierto número de contendores de las pasadas elecciones y de diversas banderías se acogió a lo que la ley permite: elevar recursos contra algunos contenidos de las actas, alegando irregularidades y alteraciones en su perjuicio. En unos casos podría suponerse que se trató de una resistencia muy común a aceptar la derrota. En otros casos habría siempre la posibilidad de que en los escrutinios de determinados lugares se incurriera en errores o se colara la acción solapada para modificar cifras. El hecho de que muchas posiciones fueran ganadas por estrecho margen rodeó de dramatismo y exacerbación esta etapa del proceso.
La aspiración de la opinión pública ha sido de que cada fallo respecto de las impugnaciones resista cualquier análisis y sea reconocido por su absoluta transparencia y fundamento. Se da por hecho que los jueces de la Cámara Contenciosa han estado conscientes de lo que el país esperaba de ellos: un cierre intachable e inequívoco del grueso inventario de asuntos puestos a su cargo. Estaría de más señalarles que han debido estar siempre por encima de las presiones provenientes de las partes en juego, con cada una pretendiendo que sus argumentos fueran los que prevalecieran. Se entiende que nada logró apartarlos de los procedimientos vigentes y que sus fallos constituyen expresiones de rectitud sin fuertes motivos para suspicacias.
Viejos puntos de agenda obligada
Ninguna crítica, observación o recomendación de organismos o poderes externos debe impresionar más de la cuenta a este país. Ni siquiera cuando sea expresada de manera confusa o parezca injusta. A fin de cuentas, la mayoría de los objetivos que otros suelen señalarnos están de viejo en la agenda nacional, porque de lo contrario nos sentiríamos avergonzados y defraudados con nosotros mismos.
Muchas voces de esta sociedad son las primeras en expresar insatisfacción cuando las instituciones fallan. A todos parece inaceptable que el crecimiento económico continúe sin extender beneficios a las mayorías. A la conciencia de este país repugnaría como a la que más cualquier lacra como esas de la trata o tráfico de personas. Por tanto debe interesarnos, contra viento y marea, poner la casa en orden y mostrar con orgullo que, a nuestra manera y a nuestro ritmo, nos proponemos superar, por dignidad, cada mal que nos agobie.