La coqueta rápida

La coqueta rápida

Cuando mi amigo me presentó a su novia una noche cualquiera del mes de junio del año 1962, reparé en que la muchacha tenía dos características llamativas, que eran sus extremas delgadez y coquetería.

Sus ojos vivaces los posaba en los hombres cercanos, a veces con miradas incendiarias.

Pensé que por esa circunstancia mi enllave pasaría por momentos difíciles, y lo comprobé cuando poco después me dijo que había roto la relación, al enterarse de que ella sostenía largas conversaciones telefónicas con un compañero de estudios.

El problema era que antes de involucrarse en el romance la provocativa doncella le había confesado que tenía un cerebrazo con el condiscípulo, pero que este no daba señales de corresponderle.

Al pedirme opinión sobre su decisión, le dije que  había actuado correctamente, ya que como su intención era convertir a la casquivana en su esposa, era un candidato a llevar cornamentas frontales.

No había transcurrido una semana cuando supe que se había reconciliado con la muchacha, porque le pidió perdón por sus kilométricos diálogos telefónicos con otro hombre, jurando descontinuarlos.

A mediados del año siguiente me enteré de que la inquieta jovenzuela llamó a su adorador para manifestarle que se había desenamorado, y por tanto se consideraba libre de toda obligación o compromiso con él.

Considerando que la chica recapacitaría y echaría hacia atrás su decisión, le dio un plazo de una semana para hacerlo, pero ese mismo día la machólatra se fue de parranda para una playa, acompañada del condiscípulo con quien tenía el cráneo.

Partieron en horas de la tarde de un domingo, regresando pasadas las seis de la madrugada del día siguiente.

Lo que encolerizó al burlado novio, según me relató, fue que el día anterior había estado en delicioso forcejeo corpóreo con su damisela, en el apartamento de soltero que le prestó un pariente adinerado.

El idilio de la fundillo loco y el compañero de aula duró poco. Y cuando a mi amigo le presentaron al ex de su ex, le preguntó si no le había sorprendido que una mujer se metiera en amores con él horas después de terminar con otro.

-Ella te guardó las espaldas y te respetó, porque no entró en nada conmigo ese domingo en la playa, sino al día siguiente- respondió el interpelado, con sonrisa burlona.

Cuarenta y seis años después mi amigo confiesa que ha disfrutado con los cuatro fracasos matrimoniales de la chivirica, a quien no ha podido olvidar.

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