La corriente aclara el agua

La corriente aclara el agua

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Desde que Anita Hill acusara de acoso sexual a Clarence Thomas, candidato a juez de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, el asunto se ha puesto de moda. Una inglesa, falta de piropos, dijo que se sentía acosada cuando un hombre la miraba a ver si tenía encantos traseros. Hasta ese colmo se ha llegado.

Después, el aluvión de acusaciones y aclaraciones puestos uno encima del otro forma una montaña más alta que las cumbres del Everest.

La mujer, dada su condición de procrear, de parir, es venerada y reverenciada por todos, en los lugares del mundo que entienden la civilización como nosotros.

Ello obliga a que se respete la mujer, y todo lo que tenga que ver con ella, por ello siempre se ha dicho que la mujer no debe se ofendida ni con el pétalo de una rosa.

El inmenso José Martí lo decía de esta manera: “¿De mujer? Pues puede ser/ Que mueras de su mordida;/ ¡Pero no empañes tu vida/ Diciendo mal de mujer!”

Ello no significa que se extiende una patente de corso para eso que llaman acoso sexual, cuya definición es, en mi personal diccionario: “el acoso sexual consiste en la reacción de una mujer cuando no le gustan las proposiciones o las caricias de un hombre, si les gustan, nadie se entera de cómo y cuánto hayan disfrutado.

A propósito de la acusación contra el ingeniero Leonardo Faña, condenado por adelantado por una parte de las redes sociales y por el titular de El Nacional, que da cuenta de la acción del procurador fiscal y su intervención en el caso de una joven funcionaria de la Reforma agraria quien lo acusa de manoseos y de haberla drogado. El diario no halló ni a Faña ni a su asistente ni a su relacionador, para que se refiriera al asunto.

Si Faña lo hizo, que caiga todo el peso de la ley sobre él, un distinguido profesional, experto en cuestiones agrarias, hoy acusado de ensuciarse fuera del cajón, quien debe ser escuchado en un juicio oral, público y contradictorio, al que tiene derecho, por aquel principio jurídico que dice que nadie es culpable hasta la prueba en contrario.

Lo publicado, hasta ahora, es confuso. La joven aceptó reuniones fuera de la oficina para tratar asuntos oficiales, incluyendo una cita para “trabajar” en un parador muy famoso de Bonao.

En buen dominicano decimos que al ingeniero Faña, mientras tanto, le han caído los palitos. Muchos índices acusadores apuntan hacia su cabeza. Siempre es fácil formar parte del coro de los que aceptan la línea del menor esfuerzo: creer la acusación de la mujer ofendida por ese hombre quien, por demás, la había nombrado en un alto puesto en Reforma Agraria.

¡Caramba, qué cosa!

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