En nuestro país, hay una expresión muy conocida que es «poner el dedo en la llaga», cuando alguien expresa algo que siendo verdadero nadie se atreve a decirlo.
Eso es lo que ha ocurrido con el extraordinario discurso pronunciado por el embajador de los Estados Unidos, Hans Hertell, ante la Cámara Americana de Comercio, el miércoles 25 de febrero pasado, cuando dijo que la causa principal de la actual crisis dominicana era el dolo y la corrupción.
En efecto, estamos de acuerdo en que el principal problema dominicano es la corrupción. Lo grave es que nadie otorga a la corrupción la importancia que realmente tiene en la crisis política, económica y moral que nos abruma. Cuando hablamos de nuestra crisis, nos referimos preferiblemente a la falta de energía eléctrica, a la carencia de agua potable, al precio inalcanzable de los medicamentos, al desempleo, al precio de la comida, a la devaluación de nuestra moneda, y en general a todos los efectos de la grave situación que nos afecta. Sin embargo, pocas personas hablan de las causas y de los personajes cuyas acciones han contribuido a este desastre.
Los problemas de falta de energía eléctrica, por ejemplo, se inician a raíz de la firma por el Estado de contratos onerosos para adquirir generadores ineficientes y de alto consumo, recomendados por personajes que deseaban obtener ventajas personales a costa del sacrificio del país. Luego contrataron generadores privados que convinieron la venta de energía a precios muy por encima del costo de producción, apadrinados siempre por funcionarios que se asociaron a dichos generadores para esquilmar al erario público.
Finalmente, para coronar la terrible corrupción del servicio eléctrico se vendió a precio de «vaca muerta» la Corporación Eléctrica del Estado, sin que se haya investigado a los funcionarios que lo hicieron, no obstante las promesas en ese sentido, y se ha establecido como norma que la mayoría de los usuarios no paguen la energía consumida, con la aceptación y el beneplácito de toda nuestra sociedad, elevando así la corrupción a un nivel popular, hasta el grado de que cuando la prensa y la televisión reseñan las opiniones del público sobre la falta de electricidad, a ninguno de los entrevistados que se quejan de los llamados apagones, se les pregunta si ellos poseen contratos de luz y si están al día en el pago de dicho servicio. Esa falta de interés de los medios de comunicación en precisar ese aspecto del problema, que es parte esencial del mismo, indica el alto grado de corrupción existente, del cual todos somos parte. De ahí la gran importancia del contenido de las palabras del embajador Hertell cuando nos dijo «al menos que ustedes se decidan a combatir la corrupción y la manipulación, la República Dominicana no alcanzará su potencial de crecimiento sostenible. E indudablemente, ustedes enfrentarán otras crisis similares en el futuro»
Asimismo, igual que los problemas eléctricos, han resultado los fraudes en los Bancos y en las Asociaciones de Ahorros y Préstamos. Solamente bajo el amparo de los funcionarios que tenían el deber de ejercer la debida supervisión de los mismos, ha sido posible que en una economía tan pequeña como la nuestra se cometiera un fraude tan escandaloso como el que ha precipitado la devaluación de nuestra moneda, la inflación y el estancamiento de nuestra economía. Actualmente, ninguno de los causantes de esta situación se halla detenido, ni los autores , ni los cómplices , ni los miembros de los consejos directivos de dichas instituciones, ni los funcionarios que debían responder por su sospechosa tolerancia del fraude. Ahora nuestra corrupción endémica se está preparando gradualmente para que sea únicamente el país que sufra las consecuencias de este escándalo, al igual a como sucedió con el Banco Universal, el Banco de los Trabajadores, y todas las demás instituciones que se han aprovechado de la indefensión del pueblo dominicano, sujeto siempre a la corrupción pública y privada.
Pero si reconocemos que la causa esencial de nuestra crisis es la corrupción de los funcionarios que están comprometidos a enfrentarla, la gran pregunta sería saber si cuando menos tenemos la perspectiva de controlar con éxito este flagelo en el futuro.
El país tiene sus esperanzas en las elecciones para escoger al presidente de la República que se celebrarán dentro de pocos días, y los candidatos que presentan los principales partidos políticos son, en orden alfabético, Eduardo Estrella, Leonel Fernández e Hipólito Mejía. Desgraciadamente tanto el presidente Hipólito Mejía como el ex presidente Leonel Fernández han fracasado en esa tarea. Solamente la candidatura a la presidencia del ingeniero Eduardo Estrella presenta alguna posibilidad de enfrentar la corrupción. No estamos hablando en términos partidarios sino en términos de la realidad objetiva. La República Dominicana necesita urgentemente un gobierno que detenga la corrupción que hoy nos agobia, y ya Leonel e Hipólito demostraron que no eran capaces de hacerlo. Eduardo es un hombre serio y honesto a carta cabal, nosotros lo conocemos y podemos dar fe de eso, y aunque en su campaña política está rodeado de varios de los reformistas más corruptos de los gobiernos del presidente Balaguer, existe la esperanza de que si el país lo eligiera, su honestidad lo podría llevar a enfrentar con seriedad la corrupción a pesar de muchos de sus amigos de campaña.
Sabemos lo difícil que resulta luchar contra la corrupción en una nación que se ha acostumbrado a verla como algo natural, consustancial con la política. Sin embargo, la advertencia del embajador Hertell debe movernos a reflexionar ya que proviene del representante de la nación cuyo concurso resulta imprescindible para nuestro desarrollo, y él nos señala al referirse a los funcionarios corruptos, lo siguiente «Nuestro gobierno insiste que esos funcionarios corruptos sean investigados, despedidos, acusados ante la justicia y enviados a la cárcel». Esta grave aseveración nos indica que si no somos capaces de resolver esta situación en el futuro próximo, nuestras relaciones con los Estados Unidos de América se harán cada día más difíciles, con las consecuencias negativas correspondientes para nuestra economía y nuestro desarrollo.
Debemos por tanto agradecer al embajador Hertell la dura advertencia que nos ha hecho, como un verdadero amigo de nuestro país, y pensar seriamente en la conveniencia de llevar a la presidencia de la República a un hombre de las condiciones del ingeniero Estrella que nos abre cuando menos la esperanza de un cambio.