La corrupción: Esa hidra de siete cabezas

La corrupción: Esa hidra de siete cabezas

RAFAEL D. GRULLÓN
Si hay un monstruo que realmente quiere y puede devorarnos, ese es la corrupción. La mítica serpiente de antaño, tenía siete cabezas que se regeneraban espontáneamente cuando se le cortaba una o varias de ellas. Hubo que cortarlas todas de un solo tajo. Tocó al “superhéroe”, Hércules, otro mítico personaje, eliminar de una vez por todas al feroz y casi indestructible ofidio.

El mundo entero ve con estupor y con una indefensión total, como este flagelo de la corrupción parece reeditar a la hidra de la mitología. Hasta el momento, quienes podrían hacer algo al respecto, carecen de voluntad para detener esta maldición, que desde tiempos inmemoriales, y mucho más en la actualidad, se burla de todos y cada uno de los intentos para ponerla bajo control. Hasta países como Suiza de larga data en asuntos éticos, y otros del área, han sido tocados por alguna de las variantes del terrible mal.

La corrupción institucionalizada no es más que la suma de los antivalores que permean la mente humana y las intenciones torcidas del corazón, donde se dice que habitan todos los afectos o sentimientos, sean éstos buenos o malos. Desafortunadamente, puestos en la balanza los “malos” parecen llevar ventaja sobre los “buenos”, por lo que la balanza que justiprecia las acciones de los hombres, parece estar inclinada siempre del lado equivocado.

La administración pública ha sido el eterno caldo de cultivo para este odioso flagelo. En la República Dominicana estamos “bregando” con el problema, por décadas, quizás por siglos. Más, sobre la base de paliativos que nunca han funcionado. Y no pueden funcionar porque el tratamiento lo aplican hombres corruptos, para quienes la doble moral es consustancial con su mente perversa.

Ver y oír a nuestros políticos, expertos en recomendar las más risibles terapias, como parte de su paquete de promesas electorales, nos mueve a pensar que nuestras esperanzas eran verdes y fueron pasto de jumentos hambrientos. Este predicamento parece retratarnos como los más dignos de conmiseración en todo el planeta.

El libro Santo, La Biblia, dice que “el corazón del hombre es de continuo inclinado al mal”. Ante este discurso es poco lo que se puede hacer, salvo reconocernos incapaces de resolver el problema por nosotros mismos y apelar al remedio que la misma Biblia propone, tan radical que intimida. Y es, a) sobre la base del reconocimiento de nuestra propia incapacidad, humillar nuestro ego torcido y maligno; b) buscar ayuda de quien puede proveerla y que tiene que ver con un personaje tan histórico como real, Jesús; y c) permitirle a Él sanar nuestras desviaciones espirituales, y hacer el milagro de saturar nuestros corazones de sentimientos bondadosos y honestos. Toda una piadosa receta, pero que ha funcionado a nivel individual, y en núcleos humanos de no pocos entornos del planeta, que han asumido estas verdades bíblicas.

Se reconoce que la propuesta anterior puede interpretarse como “poco realista”, ya que “espiritualiza” el problema sacándolo del contexto puramente humano. La respuesta a esta premisa es que cuando nada da resultado hay que volver el rostro hacia Dios. Quizás es la única opción que al hombre le falta por aplicar.

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