La crisis agudiza la extrema pobreza

La crisis agudiza la extrema pobreza

La desesperanza se apoderó de Manuela, le apaga la voz, le apoca el ánimo. El poder destructivo de la pobreza, que desde el vientre materno le estampó los estigmas biológicos del hambre, hace también estragos en su espíritu.

Ella era la luz de Gualey, la persona con más conciencia de la necesidad de combatir la ignorancia para erradicar la indigencia. Llevaba de la mano a los niños del barrio a la escuela, arrebatándoselos a la delincuencia, sacudía en sus padres la apatía, el desinterés por una educación que nunca conocieron.

Está abatida. Su optimismo claudica con las ingentes presiones al frente de una familia, ante la agonizante cotidianidad que mina sus energías. Con dos hijas y cinco nietos, se desgasta en la desesperante lucha por sobrevivir que libran los excluidos. Ocho personas en su casita de materiales de desechos, «empaquetaos» en la única habitación, sin más ingresos fijos que RD$1,600 mensuales, desde que una de sus hijas perdiera su trabajo hace cuatro meses. No más que RD$53.3 diarios, RD$6.63 por persona.

A la población de barrios marginados urbanos y rurales, la crisis económica los precipitó por debajo de la línea de pobreza, pero a Manuela la hundió en la indigencia. La condena a una mendicidad que lesiona su dignidad, llevándola a tocar puertas, a trasladarse a pie para clamar ayuda en instituciones públicas, sin oír más que «no está, vuelva mañana». Así una y otra vez, para regresar vejada, defraudada, aderezando su hambre con un mayor desaliento.

Con la caída del Producto Interno Bruto (PIB) en el 2003 y la pérdida del ingreso real de la población, los niveles de pobreza se agigantan. No se ha determinado la magnitud actual, su expansión con la crisis económica, pero sin duda superará con creces las últimas mediciones oficiales disponibles, que datan de 1998: el 44% de la población, 3.7 millones de dominicanos, tenía ingresos por debajo de la línea de pobreza, y el 13%, un millón de personas, estaban en la indigencia.

«Pese a no tener medición correcta, todo conduce a pensar que en el presente año se ha agudizado el problema de la pobreza en la sociedad dominicana, y que hemos retrocedido en muchos de los avances del decenio anterior, pudiendo haber vuelto a superar los niveles del 50% de los hogares», expresa un documento del Consejo Nacional para la Empresa Privada (Conep).

La pobreza se agiganta con los despidos masivos que quitan el pan a las familias de los trabajadores de barrios con ingresos fijos, obreros de la construcción, de la industria local y zonas francas, empleados del comercio, jardineros y domésticas.

Una de las hijas de Manuela limpiaba una oficina por RD$1,700 mensuales, pero los dueños se fueron del país, y quedó desempleada, desesperada como muchas mujeres del barrio que salen en busca de una ocupación: cocinar, lavar, planchar. Viven de rifas y sanes, ventorrillos y frituras, pero a algunas las vence el hambre y se prostituyen, al igual que sus hijos, niños y niñas, jóvenes y adolescentes, que llenan las calles de vergüenza ofreciendo en las esquinas flores y sexo.

Su otra hija estudia en la universidad estatal, asiste de noche luego de laborar como doméstica, con sueldo de RD$1,600 mensuales, de los que gasta RD$600 al mes en pasaje. –Cuando ella cobra, se saca su pasaje y con lo otro se compra arroz y habichuelas y se apilan ahí, para que el primero que llegue no se muera de hambre, pero es duro.

Sus nietos, como los demás muchachitos de barrios, padecen severas carencias nutricionales, no comen carne ni toman leche. –Ya eso de la leche se acabó, apunta Manuela, quien da a sus nietos agua de arroz y chocolate de agua.

El escaso dinero disponible rinde menos por los altos precios de los colmados del barrio, donde se compra «cheleao»: RD$2 de sazón, RD$3 de salsa de tomate, que el pulpero les echa en un papel de estrazas. Está obligada, pues casi nunca puede aprovechar las esporádicas ventas del Instituto de Estabilización de Precios (Inespre).

–Imagínese, uno no tiene con qué pagar un saquito de arroz a RD$110, son los colmados que lo compran para venderme a mí la libra a RD$8 y RD$9, le están dando el beneficio al colmado. Cómo voy a comprar si cuando vienen no tengo dinero, los colmaderos ponen a otros a que les compren y le dan a ganar algo.

–No tenemos un gobierno que se acuerde de los pobres, dice Manuela, a quien, además de la debilidad física, torturan terribles dolores de cabeza, síntomas recurrentes que motivaron la prescripción hace año y medio de una tomografía. No se la ha hecho por carecer de RD$1,500 que tiene que pagar en el hospital.

–Me la indicaron por un problema en la cabeza, no se sabe si un tumor o qué, cuando me dan esos dolores me tienen que dar unos medicamentos fuertes.

A las profundidades de Gualey no entran carros ni motores, para llegar al hospital Luis Eduardo Aybar, el más cercano, suben más de cien escalones, por los que, cargados en una silla o mecedora, conducen a los enfermos graves. Ahí lleva a sus nietos, aunque da prioridad a los remedios caseros.

–Había uno que se apretaba y lo sané con un zumo, le di el romero con la canela y ya salí de eso. Eso es lo primero, y si no me da resultado, voy al médico, porque vas al hospital y tienes que comprar hasta una jeringuilla. El problema es que los hospitales nunca van a tener medicina, ya que médicos de ahí también trabajan en clínicas y se las llevan.

Manuela perdió la fe, tampoco cree en el gobierno ni en los políticos que sólo van a Gualey cuando hay elecciones.

[b]EN LA CIÉNAGA[/b]

El cuerpo le pide reposo, desfallece con los años, pero don Luis sabe que se mantendrá atado al trabajo hasta el último aliento. Es vigilante y en la mañana regresa trasnochado a La Ciénaga, donde reside en una casucha con piso de tierra, un fangal que no ha podido encementar en los dieciséis años que ahí reside.

Adelaida, su mujer, le espera en la puerta. Del dintel pende una escoba y una penca de sábila para alejar los malos espíritus, que ahora los estorban más que nunca con las calamidades sufridas desde que el alza del gas propano llevara de nuevo el fogón de leña a su cocina.

Mientras don Luis llega a su hogar, el barrio se lanza a la calle a la incierta aventura de buscar el sustento. Hombres y mujeres, ancianos y niños, «chiriperos» y mendigos, nadie escapa al imperioso reclamo del hambre.

Gana RD$3,600 mensuales, ingreso nominal al que la inflación desmontó RD$1,071 de enero a octubre de este año, el 29.75% de su poder adquisitivo, quedando su salario real en RD$2,529. Se le van en el colmado, donde mantiene el crédito, pero esta vez las deudas superan los RD$1,800 de su paga quincenal. Parsimoniosamente, saca la cuenta: RD$940 a Juan en el colmado; a Dolores RD$500, y al Gallo RD$701.

–Cojo fiao y luego pago, pero la situación está pésima. Soy un hombre de mucha edad y he visto muchos gobiernos pasar, pero ninguno tan malo como éste. Todo lo que hago es enliao y ya ves lo que uno come.

En la alimentación, degradada en extremo, eliminaron la leche y el pollo, consumen menos arroz, más víveres y pastas. –Ya no se puede hacer un chin de pollo, hacemos espaguetis, un día con huevo y otro con arroz. A veces nos comemos la misma comida del día anterior. El gas está muy caro y si voy a hervir una habichuelita la pongo en el fogón, donde cocino si no hay gas, yo misma busco la leña, comenta Adelaida, que va y viene renqueando con una pierna adolorida envuelta en trapos.

–Me duele mucho la pierna y la cadera, me he puesto de todo, hielo, agua tibia con sal y no me vale. Tomé un antibiótico ayer y qué va, lo compré en el colmado a tres pesos, también bebo Diclofenac para un dolor que me da en el corazón.

No siempre pueden comprarlo, desde que la inflación embiste el salario de don Luis, que rehúsa aumentar la dueña de la compañía de vigilantes donde trabaja. –Ella no ha querido llegar a los RD$4,000, siempre dice que la cosa está mala, se agarra de ahí, pero dio RD$10 millones en estos días por una finquita, ganados atento a nosotros que somos 300 y pico de hombres.

Además de los descuentos, parte de su salario lo absorbe el pasaje, que en el «concho» subió este año de RD$5 a RD$8, y a RD$9 y RD$11 en rutas largas, en tanto los autobuses cobran RD$8. Gasta RD$1,140 al mes, RD$240 más que en el 2002.

El dinero no alcanza y, principalmente jóvenes, buscan fuentes de ingreso en la venta de drogas, robos y atracos que perturban las noches en la barriada, escenario de la inseguridad económica y social, ahogado en droga y alcohol, salpicado de violencia con la criminalidad, los enfrentamientos de las bandas de delincuentes que dejan un elevado saldo de muertos y heridos.

La violencia barrial atormenta a Adelaida, quien de noche queda sola en el hogar. Al atardecer, con sus burdos y desgastados zapatos su marido vuelve a transitar el largo trecho de su casa a la parada de guaguas, para reiniciar una extenuante jornada que no le reporta lo imprescindible para subsistir.

[b]DOS BOCAS MÁS[/b]

Mucho antes de que don Luis llegue a su casa, Ignacio abandona la suya en Capotillo pedaleando en su triciclo al amanecer hacia el Mercado Nuevo, donde transporta compras. En días buenos, el extenuante oficio le reporta hasta RD$400, aunque a menudo sólo RD$200 y a veces nada.

El diligente mercadero se empeña en ganar más, con la inflación, el dinero no rinde y su mujer está embarazada de mellizos, pronto habrá dos bocas más que alimentar. Serán siete en la familia, integrada por él, su esposa Rosa y tres niños, que se debilitan con la precaria dieta.

–Cuando cocino espaguetis y berenjena -indica Rosa- se gastan en la comida RD$80 y RD$90, pero cuando él me da RD$110 se me van, una sopita valía RD$1.25 y ahora RD$2, de aceite hay que comprar RD$8 y RD$10 para poder cocinar, es un chin que dan en el colmado, ya no venden un peso de salsa ni de sazón, la situación está muy dura.

Hace tres meses que dejó de comprar leche para su hijo niño más pequeño, de 3 años. Niños y adultos consumen víveres, comprados en el mercado, donde consiguen a menor precio «rabizas» de yuca y plátanos, huevos casqueados y vegetales de desecho.

Ignacio economiza algo y lleva un san, a veces usado para recuperar el televisor en la compraventa. –Entre veces hay cositas que empeñamos cuando uno se ve sin el dinero de la comida o para ir a un médico.

Esta vez lo aguardan para mandar a los hijos a la escuela. –Todavía no le hemos comprado nada, pensamos ir el sábado cuando mi marido cobre el san, para vestirlos vamos a la reguera, el pobre no puede ir a tiendas, se nos pasan años y no vamos.

Muchos niños se quedan sin escuela, viven al margen de la educación, como le pasó a don Luis, a Ignacio y a Manuela, a quienes la ignorancia encadenó a la pobreza.

[b]INACCIÓN DEL GOBIERNO[/b]

La pobreza cobra dimensiones dramáticas con la inflación, enemigo mortal de los pobres, y muy poco hace el gobierno para contenerla. Los programas sociales redistributivos, nunca importantes en las políticas públicas, se debilitan con la crisis económica actual. Más que el desempleo, incrementado de 13.9 a 16.4% entre el 2000 y el 2003, es la pérdida de los ingresos reales y el deterioro de los servicios públicos, salud, educación, transporte y electricidad, lo que más afecta a los pobres, mayoritariamente integrados al mercado de trabajo informal, al «chiripeo».

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