La crisis de pensamiento

La crisis de pensamiento

Históricamente se ha definido el pensamiento como proceso mediante el cual se organizan las ideas que se encuentran en forma caótica en la mente humana.

El estudio, la investigación y la lectura permiten a las personas poblar su mente de ideas; sin embargo es el acto pensante el que se encarga de darle orden a esas ideas, permitiendo así la coherencia en el discurso y los actos humanos.

Cuando a la palabra hablada o al acto humano no le antecede a su vez el ejercicio pensante, su producto es casi siempre materia de ulteriores rectificaciones como consecuencia de la falta de lógica y de orden.

Pero el pensamiento no sólo aporta coherencia a las ideas, sino que también les agrega fuerza imperativa, aparte de que trabaja con los recursos que mueven y orientan los actos de las personas, tal y como lo sugiere la propia ley del esfuerzo reversible, planteada por Emilio Coué y que sostiene que cuando pensamiento y deseo se contraponen, siempre termina imperando el primero.

De lo anteriormente dicho es que la gente de pueblo se guía para sugerir “darle la mente” a alguien, en el entendido de que cuando se logra que ese alguien piense en determinado sentido, sus actuaciones también se encaminarán en esa orientación. Igual filosofía profesa el autor de la frase que encabeza este escrito cuando sostiene que quien domina la mente humana (el pensamiento) lo domina todo.

Ahora bien, el pensamiento puede brillar también por su ausencia en el momento de actuar, y este es precisamente el aspecto que en este caso interesa destacar: La crisis de pensamiento que vive la sociedad actual y especialmente la sociedad dominicana.

Aparentemente, mucha mucha gente se ha dejado sorprender por el activismo creciente de los últimos tiempos y ha considerado que al pensar desperdicia su tiempo y por lo tanto prefiere pasar directamente a la acción, para ver de inmediato los resultados. Esas personas suelen definirse a sí mismos como “hombres o mujeres de acción o de resultados” sin darse cuenta, probablemente, que están desperdiciando el ejercicio mental más importante para garantizar una actividad exitosa y pertinente.

 El propio modelo gerencial de la evaluación por  los resultados, sumado al criterio teleológico que los sobre estima ante las intenciones y los propósitos del actuante, terminan dándole un carácter materialista y de simple valoración a posteriori a las actividades humanas.

 De ese modo se ha desarrollado lentamente una especie de fobia al pensamiento, fenómeno éste que se refleja, por ejemplo en el alejamiento y rechazo recurrente de los jóvenes a las matemáticas, la lógica y las ciencias exactas, para preferir las artes que demandan un menor esfuerzo o menor ejercicio mental.

Es preciso pues que la gente se detenga y recupere el valor de la ponderación al actuar y al hablar, para evitar así las tantas frustraciones y arrepentimientos expresados ante hechos consumados, pues por el mismo pensamiento que mucha gente se apodera de la capacidad electiva de otros, esos otros, por su ausencia y renuencia, lamentablemente se convierten en permanentes víctimas de sus propias actuaciones y expresiones.

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