La crisis económica y el colmado

La crisis económica y el colmado

Para los dominicanos, un colmado es el lugar de cada barrio donde se venden al detalle los alimentos fundamentales. En función del nivel de inversión económica, también podría recibir el nombre de bodega, pulpería o ventorrillo. El propietario de un colmado exitoso es una persona que, como los piratas de la antigüedad, tiene que luchar «con el cuchillo en la boca». Es una categoría digna de héroes cotidianos que deben trabajar doce horas diarias siete días a la semana. Esta microempresa adquiere una connotación importante cuando tiene lugar una crisis como la que se vive ahora puesto que en ella se surten los niveles bajos y medios de la pequeña burguesía. Pero la crisis económica que sufre el país desata instintos que no afloran en tiempos normales.

El crecimiento horizontal acelerado de la ciudad de Santo Domingo hizo que los hogares se fueran alejando del centro tradicional de abastecimiento: el mercado público. El colmado ha ido adquiriendo una dimensión de necesidad desde donde se surte la familia que no tiene el capital suficiente y necesario con el que hacer una gran compra en el supermercado. Para sobrevivir a los bajos precios de los grandes negocios de venta de alimentos y bebidas, el dueño del colmado ha tenido que ofrecer facilidades a sus clientes del barrio. El servicio a domicilio es un atractivo que pocos pueden resistir. No es lo mismo recibir desde el colmado un botellón de agua potable de veinte litros y veinte kilogramos de peso que buscarlo y llevarlo a lomo desde un supermercado. Asimismo, la apertura de un crédito en el establecimiento barrial hace que la ama de la casa pueda irse a trabajar tranquila ya que cualquier ingrediente que hiciera falta para la comida o la limpieza puede ser pedido y recibido desde el colmado en menos de lo que canta un gallo.

Pero todo pro tiene su contra. La omnipresente ley de la contradicción nos enseña que para que haya bondades tiene que haber maldades, más aún en tiempos de crisis. Indudablemente, los precios del colmado son mucho más caros que los del supermercado. El volumen de ventas hace que el gran comercio pueda reducir sus ganancias en cada producto de manera que el total pueda ser siempre de gran magnitud. Pero además de que cuestan más, los precios del establecimiento barrial son inestables por efecto del agio. Los huevos, cuyo precio es de RD$3.50 pueden costar esa cantidad como también la factura puede venir cobrándolos a cuatro y hasta a cinco pesos. El mecanismo del crédito exige una supervisión estrecha porque los números apuntados en la factura del colmado nunca son claros y los precios unitarios no son siempre incluidos. Parece que el crédito allí tiene unos intereses financieros del orden del uno por ciento por minuto transcurrido. La leche que en el súper cuesta RD$27, puede llegarle tanto a RD$35 como a RD$45, sin que el personal del servicio doméstico pueda entender que se está dando un caso de agiotismo sin paralelo en la historia. Algo semejante ocurre cuando se pide por teléfono un paquete de arroz y el valor consignado excede al del supermercado desde un treinta por ciento hasta un cincuenta por ciento.

El ejercicio aritmético a realizar por cada familia es el de cuánto se ahorra si reúne el dinero para hacer una compra semanal o quincenal en el supermercado en vez de comprar día a día en un colmado de barrio. Hace falta una cierta capacidad de organización y de disciplina para controlar lo que se compra en cantidades a consumir cada quince días. Pero según la experiencia personal el ahorro puede llegar a ser hasta de un cincuenta por ciento. El dueño del colmado, el mismo que ha hecho de ese lugar «un punto» que le ha permitido criar una familia está desbaratando con los pies lo que ha hecho con las manos durante años. La especulación y el agio se agudizan en medio de la crisis sin que el colmadero tome en cuenta que cada día que pasa pierde clientes por el abuso a que somete a sus víctimas. Por lo lento del proceso quizás no se dan cuenta de que tienen que ser más competitivos y menos voraces en la acumulación de riquezas. Si prosperaron picando como la gallina, granito a granito, no puede, súbitamente, arrancar trozos de su víctima que no le caben en las fauces. Podría ser también que el proceso económico en medio de crisis nos esté mostrando que una de sus víctimas propiciatorias será el colmado de barrio que no supo entender cuando la explotación de su clientela de toda una vida está siendo perdida por la voracidad de un momento de lujuria y ambición desmedida.

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