La crisis en su justa dimensión

La crisis en su justa dimensión

La manera más aconsejable de manejar la crisis global es mediante la integración de todos los países al diseño de fórmulas para detener y revertir su aplastante marcha sobre las economías de todos los países. No sería posible el éxito si las soluciones individuales o parciales no estuviesen en armonía con un plan general para reformar y reforzar las reglas del sistema financiero. Enrique Iglesias, secretario general iberoamericano y ex presidente del BID, y el Presidente Leonel Fernández, tienen una visión clara de la dimensión real de la crisis financiera. El primero llama a evitar perder lo ganado por las economías  en los últimos 20 años y el segundo pide que la ONU convoque a sus 192  miembros para tratar de manera conjunta el tema.

Desde luego, en cada país deben adoptarse medidas de contingencia acordes con la manera en que los efectos de la crisis global afecten a cada economía. Así se ha estado haciendo en varias partes del mundo, sobre todo para detener las quiebras de entidades financieras y otras empresas. Sin embargo, el gran desafío está en establecer mejores controles financieros, pues es evidente que ni siquiera las firmas especializadas en calificación de riesgos pudieron ver la avalancha de quiebras que estaba ante sus propias narices. Aunque cada país adopte previsiones y soluciones, es necesario que un organismo como la ONU enfoque el asunto de manera global.

Una decisión muy oportuna

La decisión de aplazar el conocimiento del proyecto de reforma de la Constitución mejora considerablemente el ambiente del diálogo en que participan el Gobierno y representantes de las “fuerzas vivas” del país. Se trata de un gesto del Presidente Leonel Fernández que se corresponde con la buena acogida que ha tenido su convocatoria a diálogo para tratar asuntos de vital interés para la nación. La posposición remueve del ambiente del diálogo un ingrediente sin duda indeseable.

No hacerlo así hubiese creado una incómoda situación, debido a que existe la posibilidad de que haya que consignar en la Carta Magna cuestiones relacionadas con algunos de los compromisos a que se arribe en estas conversaciones. Se hubiese producido un paralelismo que podría perjudicar  la credibilidad que debe predominar en circunstancias como las actuales. Bajo estas condiciones, el diálogo marcha con buen pie y se hace más promisorio.

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