La crisis interna palestina

La crisis interna palestina

POR JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR 
Existe una notable regularidad en los asuntos de Oriente Próximo y Medio: Todo lo que puede ir mal, va mal. En Irak, el falso traspaso de soberanía no ha provocado mejora alguna de la situación, como demuestran los penúltimos atentados, y digo los penúltimos porque siempre hay más. En Irán, el esbozo de democracia ha sido sustituido por un estado casi policíaco. Pero la clave de la zona sigue siendo el conflicto palestino.

El líder de la ANP, Yaser Arafat, es un anciano que se aferra a un poder que debería haber abandonado voluntariamente hace ya mucho; un hombre autoritario que gobierna solo, de forma personalista. Hay que reconocer que él personalmente no se ha enriquecido en el ejercicio del poder, pero tolera la corrupción de los que le rodean a condición de que le sean indisolublemente fieles. La incompetencia para ejercer determinado cargo tampoco es asunto relevante si el incompetente de turno es absolutamente obediente al líder máximo y vitalicio. Aquél que se atreva a formular la más leve critica, por honesto y competente que sea, será destituido y marginado.

El intelectual palestino Edward Said, ya fallecido, nacionalizado y residente en EE UU, cuyos contactos, prestigio y conocimientos de política internacional habrían sido valiosísimos para la diplomacia de la Autoridad Nacional Palestina, se vio marginado y sus libros prohibidos porque se atrevió a formular algunas críticas a los Acuerdos de Oslo y a la labor de gobierno del propio Arafat. Todos los errores y defectos de Arafat brotan de una sola fuente envenenada: la creencia de que el liderazgo de la causa palestina es propiedad privada suya. Puede que ostente su actual cargo como resultado de una victoria electoral limpia, pero no nos engañemos: aceptó esas elecciones porque sabía que iba a ganarlas por goleada, y ahora gobierna como un déspota. Por eso anuncia enérgicas reformas y luego lo que hace realmente es nombrar a su primo como jefe de seguridad.

Los israelíes desprecian a Arafat, y lo demuestran sometiéndole a reiteradas humillaciones y desprecios, pero precisamente porque le desprecian están haciendo esfuerzos sistemáticos para mantenerle en el poder. Las humillaciones que le infligen, como negarse a tratar con él o mantenerle prisionero en su propio cuartel general, impulsan a los palestinos a defenderle, al convertirse en un símbolo vivo de »La Causa». Cada vez que Ariel Sharon aparece en la televisión poco menos que ordenando su destitución, los palestinos, incluso los más críticos con Arafat, cierran filas alrededor de él por puro patriotismo.

El maquiavelismo de la política israelí roza lo genial, y es un equivalente mental de las técnicas del judo y otras disciplinas de lucha cuerpo a cuerpo. Es sabido que si empujas a un individuo de forma brusca y desabrida, éste, por puro reflejo, se echará hacia delante. Si tiras de él con malos modos, intentará dar un paso atrás. Entonces el agresor, esperando esta reacción que él mismo ha provocado, tiene a su víctima a su merced y puede derribarla fácilmente. Las exigencias israelíes para la destitución de Arafat son una forma de judo táctico. El Gobierno de Ariel Sharon no desea correr el riesgo de que Arafat sea destituido realmente, no sea que su lugar lo ocupe un líder más competente, que sepa rodearse de un equipo eficaz.

Tal vez el nuevo líder fuese tan malo como Arafat, pero… ¿para qué arriesgarse? Puesto que Sharon no tiene la más mínima intención de negociar con los palestinos, le conviene tener enfrente a un líder incompetente e impresentable. Si en lugar de Arafat llegase un hombre nuevo, con mejor imagen y una política diferente, la política de no negociar con los líderes palestinos sería mucho más difícil de defender ante la comunidad internacional y ante la misma población israelí. Si hay que luchar, mejor que el comandante en jefe enemigo sea un lastre para los suyos.

Mientras tanto, Ariel Sharon juega con los palestinos como el gato con el ratón. Desmintiendo a los incautos que le consideran un militarote brutal, despliega una diabólica astucia, fingiendo deseos de abandonar Gaza. Por increíble que parezca, muchos parecen creerle por su palabra, obviando el hecho crudo de que abandonar Gaza seria militarmente perjudicial para Israel, al tener los palestinos un territorio libre de enemigos donde reorganizarse para proseguir la lucha. Es difícil saber lo que Sharon trama realmente, pero lo único que no es posible creer es que pretenda de verdad renunciar a Gaza. Una de dos: o está lisa y llanamente mintiendo, y luego dirá que la violencia palestina le impidió retirarse, o planea retirarse para regresar después como el caballo de Atila y arrasar a los combatientes palestinos cuando estén confiados y al descubierto.

Si algún palestino lee este artículo, mi consejo es simple: destituir de inmediato a Arafat y a todos sus compinches, convocar elecciones, y renunciar por completo a cualquier clase de atentados, suicidas o no, contra la población civil. Claro que fácil es aconsejar, pero más difícil lo tiene el que ha de ejecutar el consejo. Arafat se negaría a dimitir, ¿y a ver quién le convence para que ceda! Es muy posible que los israelíes impidiesen por la fuerza nuevas elecciones, y convencer a los grupos radicales de que se olvidasen de su adicción a las matanzas sólo podría lograrse por la fuerza.

Sin embargo, estas medidas son necesarias, por muy difícil que sea ejecutarlas. En caso contrario, y descartando por fantasiosa una intervención exterior, la crisis palestina tiene dos futuros posibles: una crisis interminable, hasta la explosión total de toda la región, o una victoria final israelí, con la erradicación completa de la población palestina. (El Correo)

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