La crisis mundial de seguridad económica

La crisis mundial de seguridad económica

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
Me resulta difícil contrastar mis opiniones y sobre todo mis creencias con una realidad adversa y hasta contraria para extraer conclusiones sobre mi conducta y sobre el comportamiento deseado de los demás. Las más de las veces me limito a tolerar lo que no deseo manteniendo mis preferencias y supuestos tocados ambos por un dejo de nostalgia y de escepticismo.

Si esto me sucede a pesar de un largo entrenamiento ascético aunque altamente idealista y de un bajo lastre relativo de intereses económicos personales y familiares no me admira para nada el enorme grado de aferramiento de muchas personas decentes pero con apreciables intereses a escuelas de pensamiento y de acción contradichas por la realidad. La esperanza contra los hechos aparentes fue una cualidad de San Pablo y de cuantos sienten convicciones profundas; la negación de los hechos más evidentes es, en cambio, testimonio de inmadurez intelectual y emocional. Sólo la verdad, dijo un gran maestro cubano, José Antonio Saco, nos pondrá la toga viril, la veste que en la Roma republicana era atributo de la mayoría de edad.

Empresarios y académicos globalizantes prefieren ver el mundo a través de un cristal que magnifica los efectos positivos de sus doctrinas sobre el bienestar económico personal y social. Los escépticos suelen aceptar la necesidad de la globalización y acentuar sus debilidades. Ambos estamos obligados, sin embargo, a aceptar los hechos.

Esos hechos son hoy las opiniones de 48,000 trabajadores en 10,000 empresas y en 15 países sobre su sentimiento de inseguridad económica internacional, muestras de un mundo «lleno de ansiedad y de ira» como lo califica la Revista de la Oficina Internacional del Trabajo de Ginebra, en su número de noviembre del 2004. Enfrentémoslos sine ira et sine odio, sin ira y sin odio, como decían los latinos a analizar situaciones desagradables. Sin dejarnos cegar por los intereses diríamos hoy más prosaicamente.

INSEGURIDADES DE LOS TRABAJADORES

El estudio se basa en la medida de indicadores de ingreso, empleo, calificación profesional y seguridad, por una parte, y de felicidad.

a)Comencemos por la seguridad económica o expectativa presente de que perdurarán en un futuro previsible los logros alcanzados y prometidos. Concretamente trata el estudio de indagar opiniones sobre la aplicabilidad de sistemas de seguridad social y de prestaciones y sobre la confianza de conseguir empleo. El 76% de los consultados en América Latina se mostró preocupado por la posibilidad de encontrarse sin trabajo el año siguiente.

Más seria aunque previsible era la inseguridad económica en Europa Oriental: «Los trabajadores y sus familias padecen una inseguridad de ingresos aguda debido al impago de salarios, la pérdida de prestaciones empresariales y la ausencia de prestaciones públicas dignas. La escasez de oportunidades de trabajo significativas es más grave de lo que puede deducirse de las estadísticas oficiales».

En República Dominicana, al margen del texto comentado, sufrimos de alta inseguridad económica cuatrienal de los empleados públicos sin derecho a pensión ni a prestaciones por despido (no sólo de los funcionarios de alto nivel. Las bases de los partidos exigen un empleo que sólo es alcanzable con la afuerización de los hasta ahora empleados), de las y los obreros de zonas francas que trabajan sólo si las empresas logran contratos extranjeros en dólares, de la ingente multitud (1,420,224 según el excelente trabajo del Banco Central: Mercado de Trabajo. Octubre 2003) de quienes trabajan en empresas informales, y de quienes dependen del IDSS para achaques de salud y edad.

b) Otra variable que hay que tener en cuenta para evaluar el grado de felicidad de los trabajadores es la correspondencia entre sus destrezas y cualificaciones y las tareas que realizan. Si la correlación es negativa y si el prestigio social del trabajo es bajo estamos ante una frustración vinculada al status.

La frustración laboral ligada a la estimación social es evidente en muchos de los empleos existentes: trabajo doméstico, zonas francas, recogida de basura, vendedores, policías, militares y hasta promotores sociales y maestros. A nivel más profundo sería interesante indagar si vestidos, maquillajes y formas estrambóticas de conducta externa de artistas y deportistas son manifestaciones de una profunda insatisfacción de status por su trabajo o por sus orígenes, aunque a niveles de status superiores sean calificadas como admirables. Como el cuchillo al corazón del fruto que taja, sólo el ego impertinente conoce el id, digan muchos lo que quieran.

Frustrante también es la limitación laboral y social que experimentan muchos profesionales titulados al experimentar falta de demanda de sus académicamente certificadas competencias. Los puestos bien pagados son cada día más feudo de los súper preparados y sobrevaluados. En el mercado profesional como en la vida diaria el apellido importa talvez desproporcionadamente. Muchas carreras con estudios superiores nutren las reservas del ejército laboral especialmente en personas de edad madura también altamente capacitadas. El jetset del empleo superpagado es más pequeño que el Boeing 747 o el Airbus 380.

En cambio la demanda laboral de calidad supera sensiblemente la oferta preparada de oficios de menos prestigio social: electricistas, maestros de obras, ebanistas, tecnólogos. Pero como siempre más que el carnet distintivo del oficio importa la certificación y la calidad de ésta depende a su vez del rigor de formación. Por algo las «maestrías» se otorgaban a obras maestras vocacionales o académicas en tribunales superexigentes empeñados en limitar el número de potenciales competidores.

Definitivamente la cualificación es importante y cada día más crecen las exigencias de preparación y los costos de oportunidad de adquirirla -renuncia a la buena vida no a la vida buena- amenazando a una buena parte de la sociedad con un mundo lleno de ansiedad y de ira.

c) Sorprendentemente la representación o capacidad de influir económica y políticamente contribuye en grado apreciable a la conciencia de satisfacción. Es cierto que la importancia de esta capacidad de influir en la sociedad la notan sobre todo los grupos laborales discriminados y sin acceso a los beneficios de que disfrutan la mayoría. La libertad de organización sindical, gremial y política, y el acceso legal y real a todas posiciones públicas en competencia irrestricta la evaluamos todos pero más los que menos la tienen. Como tal vez más de la mitad de la población mundial carece de la posibilidad de ser importante, se comprende que la «representación» figure en la lista de atributos de la satisfacción social.

John Rawls el filósofo norteamericano tenía razón cuando por los setenta proponía como objetivos de política económica la mejora del bienestar de los más pobres (no de la sociedad en general) y la asequibilidad en igualdad básica de condiciones a todos los cargos públicos para todos los ciudadanos.

Voz pasiva y activa dirían los abogados.

d) Dos palabras sobre el nivel de ingresos. El ingreso es un factor importante de la seguridad y felicidad para los obreros pero ni el único ni siquiera el más importante. «El incremento del ingreso parece ejercer escaso efecto cuando los países ricos se enriquecen aún más. El factor primordial es la extensión de la seguridad de los ingresos, medida en función de éstos y de un bajo grado de desigualdad de ingreso».

De ahí que los obreros señalan que no le importaría el establecimiento de un gobierno no democrático si éste pudiera resolver sus problemas de desempleo. Por supuesto es imposible adivinar qué pensarían ellos mismos después que llegase al poder.

FACTORES QUE AGRAVAN LA INSEGURIDAD

El informe recoge las opiniones no doctas pero sí existenciales sobre las causas de la creciente inseguridad laboral. Dos razones aducidas parecen de peso: la globalización aumenta el desplazamiento de empresas de una localidad a otra en función de salarios menores y mayor docilidad obrera ampliando las oscilaciones de la tasa de crecimiento; la movilidad de los flujos de capital y la falla -no el exceso- de los sistemas de seguridad social.

a) Casi ningún economista negará que la «globalización» y la apertura financiera a mercados internacionales pueden provocar y acentuar ciclos económicos favorables y desfavorables al empleo y la seguridad laboral. Conviene, sin embargo, profundizar en el origen no meramente en la fenomenología de ese potencial perturbador del equilibrio social y económico.

La mejor pista la da una característica de la actual actividad económica: la introducción continuada de tecnologías variantes. Los países como China, Indonesia, India, Corea del Sur y el mismo Vietnam en los que los Gobiernos y empresarios no sólo permiten sino fomentan la adopción de incesantes innovaciones tecnológicas en la producción, mercadeo y financiamiento han sufrido dolorosas sacudidas en su fábrica social pero se van imponiendo a otros menos dinámicos. La razón costo social / beneficio parece crear no sólo a los poderes dominantes sino a una parte apreciable (mayoritaria o no) de la población un ambiente social y empresarial conciente de posibilidades económicas futuras y miope, casi ciego, a las penurias de sectores tradicionales nacionalistas.

La última pregunta «filosófica» sobre el tema reviste la forma de un dilema: consumo estilo norteamericano o austeridad tradicional. El consumo alista a su favor en el país los medios, la publicidad, la leyenda dorada de los ausentes y la misma pobreza y falta de horizontes futuros de quienes supieron de las privaciones de un ayer muy cercano. Quien busque razón a la sinrazón de las yolas que escarbe en las ansias de consumo y en la brusquedad de la vida en pobreza. Los términos medios son difíciles para la imaginación: entre Metro y guaguas no hay mucha cancha para opciones sociales que sean mayoritariamente apetitosas.

b) El otro factor de insatisfacción, la debilidad de los sistemas de seguridad social desarrollados en Europa y la ineficiencia de nuestros intentos por contar con pensiones, seguros de salud y de accidentes de trabajo han sido analizados bastantes veces y no es decente tratarlos como apéndice de un artículo aunque éste trate de inseguridad social probablemente su principal motivo.

Una modalidad parcial de la seguridad social, el salario mínimo legal, muy tratada en la literatura económica puede ser una excepción y a él dedico unas líneas.

La fijación de un salario mínimo obligatorio refleja el poder de los intereses de las partes afectadas, mucho más diferenciados que los de empleados y empleadores en general sin distinguir sectores productivos, el apoyo de la opinión pública y la capacidad de montar paros digeribles para la sociedad. El establecimiento del salario mínimo es el resultado de un proceso de negociación orientado por la evolución del índice de precios al consumidor y por estimados sobre la productividad promedio de los empleados.

Normalmente entre nosotros que hemos experimentado cíclicamente fuertes inflaciones se da por supuesto que los nuevos salarios mínimos recuperan sólo parte de aquellas y siempre con un rezago temporal. Basta recordar la tasa de inflación de los años 2003 y primera mitad del 2004 (un aumento en ese año y medio de 85%) y compararla con los incrementos de salarios mínimos en parte del sector privado ( la lista de empleos a las que no se aplica es bien larga) y del público para constatar que el salario real de los empleados de bajos y moderados ingresos se ha deteriorado significativamente. Por eso la leve indización del salario nominal a los precios debería, si de equidad hablamos, sustituirse a favor de un índice de salarios reales.

Suele argumentarse en las negociaciones saláriales que el tope posible y deseable de sus incrementos lo da la productividad marginal real de la mano de obra de una canasta de empresas. Aparte de la deseabilidad de que, en países con tan horrenda distribución del ingreso como América Latina y en concreto República Dominicana, el porciento del valor agregado de la mano de obra pueda ser constante y aun disminuir si la productividad marginal del capital es mayor no debe ignorarse que cualquier medida de productividad real es inservible si hay tasas apreciables de inflación y si difiere el avance tecnológico de sectores productivos diversos.

Para complicar la situación estamos esperando todavía el primer Henry Ford dominicano que lleve a la práctica en sus empresas y obligue a las otras a seguirlo aumentos tales saláriales que pueda darse una sensiblemente mayor demanda nacional de la población. El tema es sin embargo demasiado complejo para tratarlo sin más pues obviamente implica una mejor (para los más) distribución del ingreso y un reajuste de la famosa estabilidad macroeconómica del país tan predicada como ignorada. Problema común con los predicadores y profetas religiosos y morales.

CONCLUSIÓN

Definitivamente la inseguridad laboral tiende a aumentar y disminuirla es difícil. Surge así una inquietante amenaza: si los empleados y obreros de ayer que trabajan hoy están cercados por la frustración ¿qué pasará con los jóvenes que están por entrar en el «mercado» de trabajo?

La alternativa al trabajo que ya existe, la violencia y la ilegalidad, parece no sólo económica sino psicológica y socialmente más atractiva.

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