La crítica y el oficio de novelista

La crítica y el oficio de novelista

DIÓGENES VALDEZ
A raíz de la publicación de la novela «Un grano de trigo», publicamos un breve comentario acerca de esta obra, titulado «Ngugi Wa Thiong´o el reencuentro con el arte de novelar». A través de una prosa fluida, este autor nos ofrece una panorámica de las luchas de su pueblo en contra del poder colonial que lo oprimía. En ella los personajes no tienen la categoría en héroes, ni de villanos absolutos, porque antes que nada, son seres humanos, sujetos a toda clase de pasiones.

Después de acceder a una serie de novelas cuyos méritos parecían consistir en una «difícil lectura», acercarse a la obra de este escritor keniano resulta una experiencia gratificantes. Es evidente que dicho autor no escribe para los críticos, sino para un público más amplio y al hacerlo, su propósito es entretener, y por qué no, enseñar mediante la reconstrucción de la historia.

Hubo un tiempo, no muy lejano por cierto, en que el ejercicio novelístico tendía a la complejidad. Aún hay algunos textos que tienden a una lectura compleja como impronta para diferenciarse de otros, valga el ejemplo textos como «El péndulo de Foucault» y «Baudolino» de Umberto Eco, cuya complejidad raya casi en lo imposible. Nuestra literatura, hasta hace poco en la retaguardia de todas las vanguardias, seguía con los ojos cerrados dicha modalidad. Por cierto hoy podemos decir, no que existe una nueva novelística vernácula (que en verdad existe), sino que en nuestros novelistas hay una nueva preocupación escritural: la de enseñar entreteniendo.

En un pasado demasiado reciente, en nuestros autores existía un mal disimulado deseo de poner a prueba la inteligencia de los lectores. Ya no bastaba la pulcritud de una prosa, ni una trama bien elaborada y mucho menos, un argumento interesante. Se entendía, que si para los aficionados la lectura un texto resultaba inteligible; ésto era para los críticos, la mejor prueba de que se trataba de una mala obra literaria. Esta tendencia dio paso a la llamada «novela de la palabra», en la que no era necesario la existencia de un argumento y mucho menos, la presencia de personaje alguno.

No dudo que lo producido en aquella época turbulenta tuviese de calidad, sin embargo, aquellas fueron obras que perdieron interés y prontamente pasaron al olvido. Como ejemplo podríamos citar algunos títulos que sirvieron de modelos a muchos escritores, nacionales, así como en otros tantos lugares de nuestra América y aún más allá de nuestras fronteras continentales: «What» y «Cómo es» de Samuel Beckett, «Niebla» de Unamuno, tan sólo son una pequeña muestra de una serie de libros que si los citáramos todos, se formaría una lista interminable.

La caída en las ventas posiblemente llamó la atención de muchas casas editoriales y éstas a su vez, hablarían con algunos de estos audaces escritores para que, naturalmente, revisaran su estrategia escritural. A pesar de ésto, algunos críticos locales que lanzaron sus anclas en el mar del pasado, al parecer, allí se han quedado.

Más, no es necesario ser demasiado extremista, porque muchas obras calificadas de difíciles, son estupendos textos literarios, pero otras esconden su mediocridad dentro de un discurso abstruso. Para suerte de algunos autores todavía pervive una crítica que le da vigencia a dichas obras, porque les permite considerarse unos sesudos analistas, desmitificadores de inexistentes arcanos.

Uno de los grandes pensadores americanos, Alfonso Reyes, en un artículo atractivamente titulado «El placer de la relectura» nos habla de ese deleite inefable de retornar a aquellos libros que resultaron indispensables en su formación literaria. El notable maestro mexicano, discípulo de nuestro Pedro Henríquez Ureña, se refería específicamente a «El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha», diciendo que para él, resultaba obligatorio volver a leer por lo menos una vez al año, la excepcional novela de don Miguel de Cervantes y Saavedra.

No he visto en mucho tiempo a ningún crítico dominicano recomendar, después de un análisis más o menos sustancioso, las obras de Flaubert, Dostoievsky, Kafka, García Márquez, Stendhal, etc. algunos críticos una especie de anacronismo, sencillamente porque las obras capitales de éstos contienen tal grado de perfección, que no tendrían nada negativo que decir, lo que al parecer es, el propósito fundamental de la crítica vernácula.

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