La crueldad del narco en México, una pugna por los titulares

La crueldad del narco en México, una pugna por los titulares

MÉXICO (AFP) – La creciente crueldad en masacres atribuidas al narcotráfico en México no es obra de psicópatas sino el resultado calculado de la competencia por un titular entre capos de los cárteles que lleva a decapitar, mutilar o colgar de puentes a decenas de personas.

«No hay antecedentes en el mundo de estos niveles de violencia. En Italia, con la mafia, hubo un ejercicio de la violencia muy puntual, directo. En Colombia hay algunos casos como el llamado ‘Asesino de la motosierra’, pero nada comparado con México», comentó a la AFP Martín Barrón, investigador del estatal Instituto Nacional de Ciencias Penales.

Sobre las motivaciones de estas masacres, Barrón subraya que «deben contener un mensaje para el grupo enemigo», que no siempre es esclarecido por las autoridades.

Desde las cinco cabezas humanas arrojadas en la pista de baile en un bar de la localidad de Uruapan (oeste) en septiembre de 2006, considerado uno de los primeros asesinatos del narcotráfico con tintes macabros, la brutalidad de los narcotraficantes en México ha ido en aumento.

El último y más brutal episodio fue el hallazgo, el pasado domingo, de 49 cadáveres en Cadereyta, en el estado de Nuevo León (norte), a los que les fueron cercenados manos, pies y cabeza, todavía no encontrados, en lo que se presume es un intento por complicar la identificación de las víctimas.

Cuatro días antes, en las cercanías de Guadalajara (oeste), la segunda mayor ciudad del país, 18 cuerpos decapitados fueron localizados dentro de dos vehículos, mientras que el 4 de mayo en Nuevo Laredo (noreste), localidad fronteriza con Estados Unidos, amaneció con nueve personas colgadas de un puente y más tarde se descubrieron 14 decapitados.

Las autoridades atribuyen estas masacres a las disputas entre los Zetas, militares que desertaron a mediados de 1990 para unirsen al narcotráfico, y el cartel de Sinaloa, que se presume está aliado con otras rganizaciones, como el cartel del Golfo, para combatir a aquellos.

Feggy Ostrosky, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México y una de las pocas que realiza perfiles psicológicos de asesinos, atribuye esta violencia a una profunda descomposición social resultado de fallas en las instituciones del Estado y dentro de la misma familia.

En estudios que ha realizado a asesinos a sueldo del crimen, ha encontrado que en general no tuvieron oportunidades de estudio ni trabajo, crecieron en hogares donde sólo había una madre trabajadora y una abuela a cargo de su cuidado, creándose un «ambiente permisivo» que resulta en «hombres con pobre autocontrol, pobre automonitoreo y pobre responsabilidad social».

«Estas personas se incorporan al crimen organizado porque les ofrecen grandes sumas de dinero por ‘trabajos’ rápidos como asesinar, decapitar», señala Ostrosky al subrayar que no se trata «locos que escuchen voces que les ordenen matar» ni de psicópatas con una predisposición genética a la violencia.

«Es un fenómeno que llamo sociopatía cultural. Son gente que nace con un sistema nervioso normal, que no tienen alteraciones genéticas (…) pero empiezan a funcionan como verdaderos psicópatas porque ven a las personas como ‘cosas’ a las que pueden maltratar. ‘Cosifican’ a las personas, matan a una ‘cosa’ por un pago económico», añade la doctora en psicología.

Uno de los casos más macabros es el de Santiago Meza, apodado «El Pozolero» (en referencia al pozole, caldo a base de maiz), un albañil que difícilmente ganaba 50 dólares semanales pero que recibió 600 dólares por cada uno de los más de 300 cuerpos que disolvió en ácido por encargo de un cartel.

La brutalidad convertida en sello de los cárteles, añade Barrón, es también una «muestra de fuerza» hacia el Estado de los cárteles en medio de la feroz lucha por el control de las rutas de las drogas en México, donde, según recuentos periodísticos, la ola de violencia crmiminal deja más de 50.000 muertos desde diciembre de 2006.

Pero también, advierte, tiene que ver con una suerte de disputa por la atención mediática.

Por un lado, sostiene, asesinar a una o más personas por la noche de un balazo «ya no se publica o, si son hechos más grandes, la prensa en los estados no lo trae por el control que ejerce el grupo local (cártel), que no quiere que se sepa».

«Por eso vemos hechos cada vez más grotescos, que se llevan la ‘popularidad’ en todo el país, como los 49 cadáveres de Cadereyta», concluye Barrón.

 

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