La cuentística de Enriquillo Sánchez

La cuentística de Enriquillo Sánchez

Creo pertinente iniciar estas reflexiones hablando sobre el autor y su elección. Así como todo creador decide cuál será su relación con el Estado, los grupos de poder y su público, también decide establecer un trato ineludible con la lengua. Es ella –al decir de Octavio Paz— la que informa la literatura. Enriquillo Sánchez tuvo una relación muy especial con la palabra. Hasta podría decirse que ese fue su gran compromiso. El primerísimo que todo creador honesto debe con su oficio tener.

Desde que conocí su trabajo literario y su preocupación intelectual, encontré ese filón en la obra de este autor. Las palabras anegan su ensayística, su poesía y su narrativa. Fue siempre poeta. Mago de las palabras, fue Enriquillo. Situación peligrosa cuando se pasa de la poesía al cuento. Y cuando se tiene en la espalda el ejemplo de Juan Bosch. Creo necesario realizar un excurso. Al llegar  aquí pienso que Bosch en los años treinta, tan fascinado por las palabras y su magia, dejó ver trazos de su poesía en cuentos como “La mujer” o en la primera edición de La Mañosa, creo también que esto se debía al influjo modernista que, si bien ya era este movimiento un pasado en nuestras letras, sobrevivía en una prosa de grandes autores como Américo Lugo, Cestero y Fiallo, para poner unos cuantos ejemplos.

En fin, Bosch supo controlar los impulsos poéticos de sus años juveniles, para no entorpecer con la proliferación de imágenes y símbolos el artificio que armaba como una flecha que se dirige a su meta. El cuento de Bosch, como seguidor de Poe, Maupassant y Quiroga, establece una poética difícil de transgredir en la cultura literaria dominicana.

Enriquillo Sánchez fue un cuentista novedoso en nuestras letras. Realizó una obra que pudiera sorprender a muchos, si se leyera y se pensara con detenimiento. Es una obra a contracorriente. No solo en reprobación de las normas establecidas de la poética de Bosch, sino contra la de la escritura de propios compañeros.

Más joven que Miguel Alfonseca y René del Risco, Enriquillo logró un espacio medianero entre los cuentistas  de su generación. Esta medianía se refiere al reconocimiento que recibió su obra  a fines de los sesenta y a principios de los setenta. La generación del sesenta, que tuvo a Juan Bosch como figura de regreso, realizó cambios importantes en el arte de narrar. Introdujo la experiencia latinoamericana del cuento: una poética que liberaba el relato breve de ciertas ataduras que la generación del treinta estableció. Cambios que estaban dados por la forma y los intereses. Miguel Alfonseca y René del Risco realizan una cuentística donde la expresión  de la realidad marginal urbana y las formas novedosas del narrar se hermanan para crear un arte de gran vuelo literario a la vez que es un arte comprometido.

Podríamos decir que el cuento en estos autores encuentra una síntesis estructural y un discurso centrado en el desplazamiento hacia una urbanidad problemática. También logra temas universales, existenciales que niegan toda relación entre el discurso,  la tierra, la política y la crónica. Ese cuento fue breve y el oficio se ejerció al pie del cañón. Alfonseca y Del Risco son dos autores que se quedaron a medio camino, entre lo que pudieron hacer y el logro de su escritura. Cosa que no desmerece su narrativa, pues el nivel de su factura fue tan alto que hoy sirve de modelo cuentística para toda Hispanoamérica. Por eso, “Delicatessen” y “Ahora que vuelvo Ton” son dos de los mejores cuentos de la literatura dominicana.

Pero la cuentística de Enriquillo Sánchez descuella por otros motivos. Al desligarse de la poética de Bosch y al colocarse en un espacio extremo con relación a los cambios que habían realizado los escritores antes mencionados, Sánchez basa su escritura en dos ejes fundamentales: el lenguaje y la experimentación formal.  De este primer eje podríamos hablar mucho. La prosa de Sánchez es elegante, sublime, poética, culta. Aunque pretenda tomar cierto giro solo introducido por el Postumismo en la poesía, Sánchez lo hace para desentonar, para llamar la atención, para jugar entre lo culto y lo popular; esa teoría metafísica impuesta en los setenta por el crítico Rosario Candelier. En la poesía el autor se siente en sus aguas y mira más a Cortázar que a Bosch.

Ahí se adhiere a la poética de un cuento donde el lenguaje es el protagonista, como en el caso del cubismo: forma y color. Pero en cuanto a la sintaxis, la estrategia es desestabilizar la estructura establecida del cuento. Buscar una ruptura. Quiebra en la que Enriquillo no era el primero en América y que podría filiarse al nouveau roman. Por eso encontramos que en la forma, Enriquillo es muy francés. Experimental. Su cambio implicaba desde el punto de vista poético una pérdida de la anécdota, de la tensión narrativa.

El cuento de Enriquillo Sánchez pierde la referencialidad, el acontecimiento, y se queda en la palabra. En la hermosura de la palabra. En el juego metafórico. Podríamos decir que la experimentación mata las secuencias narrativas; inutiliza el personaje, esconde el asunto. No hay acumulación de incidentes. La acción está dada por el suceder de las palabras. A veces es desconcertante. Pues el lector no logra entender el asunto, porque el asunto es la literatura misma.

De ahí la cantidad de referencias metapoéticas. Las referencias al relato, la historia, al cuento que no acaba… procedimiento que hace que se pierda la virtualidad de la obra y que la literatura no sea una representación del mundo. En la cuentística de Enriquillo Sánchez, ese mundo desaparece. Por eso es tan conveniente leerlo dentro del surrealismo. Pues al perder el referente, la historia pasa de lo real a la surrealidad.

Todos estos elementos son muy propios de las vanguardias. Yo creo que más que un “posmoderno”, Enriquillo Sánchez fue un neovanguardista del arte de contar. A veces, al leer sus cuentos  me llega a la memoria  la obra de Tomás Hernández Franco El hombre que había perdido su eje (1925) como el texto que inicia un largo periodo y que Enriquillo pudo haber cerrado. Si tenemos en cuenta que otros autores, como los del ochenta, retoman elementos muy parecidos. Aunque no sabemos si es una influencia de Sánchez o es parte de la lectura hispanoamericana, que son las fuentes de todos estos autores.

En la cuentística dominicana, la presencia destacada del lenguaje nunca había sido tan protagonista de la escritura. Sin embargo, encontramos ejemplos notables como en el cuento “Un hombre llamado Sándalo” de Néstor Caro, en la prosa de Ramón Lacay Polanco, En su niebla y más específicamente en La mujer de agua, cuento largo o nouvelle; también en las novelas de Andrés L. Mateo, en los cuentos de Pedro Peix y René Rodríguez Soriano. Si bien en estas obras la prosa es poética y prevalece el símbolo sobre la referencialidad, esta nunca se pierde. Aunque sea este  aserto menos definitivo cuando hablamos de Rodríguez Soriano.

Creo que por el hecho de elegir Enriquillo Sánchez realizar una cuentística de ruptura y por el hecho de no afrontar el proyecto narrativo de manera tan central como lo tomaron otros (por ejemplo Alcántara Almánzar y Rodríguez Soriano), también por la lectura reduccionista del cuento como un paradigma enarbolado por Juan Bosch en su poética, la cuentística de Enriquillo Sánchez ha sido leída como la obra medianera, no solo en su generación, sino dentro del concierto del cuento dominicano de la posdictadura.

Nos queda ahora entrar en la consideración de sus cuentos. En ver cuáles han sido los cambios que esta narrativa aporta a la cultura del relato breve en la República Dominicana. Y esto lo establecemos en el próximo artículo. (Continuará)

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