La cuentística nacionalista entre 1950 y 1970

La cuentística nacionalista entre 1950 y 1970

El reinado de la ideología literaria nacionalista y sus preocupaciones por la suerte social del campesinado dominicano, y luego por la del sujeto pequeño burgués urbano, es una reproducción de la literatura positivista, de la narrativa de la tierra y de las concepciones socialistas, fascistas, comunistas y existencialistas europeas centradas en la salvación del ser humano e importadas a nuestro continente en los siglos XIX y XX.

El sujeto burgués está excluido de la cuentística criolla y cuando figura es como caricatura del nuevo rico, un acumulador de riquezas que ha venido del campesinado o de la pequeña burguesía en sus distintas capas, pero sin hábitos, costumbres y práctica de sujeto industrial, financiero, bancario, empresario turístico o agroindustrial. La razón es obvia: los escritores y escritoras al ser pequeño burgueses, desconocen el mundo de la burguesía dominicana.

De ahí que la novelística, el teatro y la cuentística criolla no salgan, en su representación lingüística, de la figuración del campesinado y la pequeña burguesía. El poema es otro asunto, que trataré en una serie aparte, ya que cuando su discurso no tiene valor cae en estas ideologías nacionalistas y políticas, pero si es sentido orientado, transforma todas esas ideologías. A la novela y al cuento le cuesta más esfuerzo al estar continuamente halados hacia la historia, al narrar, y no a la hondura de lo subjetivo. Al teatro menos, ya que se funda en el yo de los personajes y el diálogo sistemático.

Las tres antologías que recogen las ideologías nacionalistas y el narrar por el narrar son las de Sócrates Nolasco, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha y las dos de Emilio Rodríguez Demorizi, analizadas todas en los dos estudios al segundo tomo de la Colección Pensamiento Dominicano publicadas por el Banco Central (2008), a los cuales remito para no repetir lo mismo. Establezco una gradación entre los casi-cuentos de las tres antologías, sin que importen como tema lo campesino o lo urbano, atendiendo siempre a mi concepto de valor literario.

Aunque algunos figuran en la antología de Nolasco, también hago un excurso de autores con libros escritos fuera del circuito de las tres antologías aludidas más arriba: Hilma Contreras (“Cuatro cuentos”, 1953,“El ojo de Dios”, 1962)); J.M. Sanz Lajara, “Cotopaxi, 1949, “Aconcagua”, 1950 y “El candado, 1959); Ramón Marrero Aristy (“Balsié”, 1936 y “Perfiles agrestes”, 1933); Virgilio Díaz Grullón (“Un día cualquiera”, 1958, “Crónicas de Altocerro”, 1966, y “Más allá del espejo”, 1975; Néstor Caro (“Cielo negro”, 1950, y “Sándalo”, 1957; José Rijo (“Floreo”, 1978) y Ramón Lacay Polanco (“Punto Sur”, 1958, “No todo está perdido”, 1966). En estos cuentistas coexiste el dualismo temático campo-ciudad.

Sin embargo, un solo autor, Lacay Polanco, muy tardíamente se centra en su libro de cuentos “No todo está perdido”, de 1966, en el viejo tema del existencialismo que abordó desde el lejano 1949 en su primera novela “La mujer de agua y en 1950 “En su niebla” con el personaje de Ernesto Lasalle, atrapado en el asco de sí mismo junto a Mabel y los personajes femeninos de Vera, Sonia y Camelia Torres. De una a otra obra el problema es el mismo: el símbolo del intelectual sin fe en Dios (en un caso escritor, en otro pintor) que termina destruido por su soberbia, según Giovanni di Pietro. Acoto aquí que Marcio Veloz Maggiolo tipifica a “No todo está perdido” de libro de cuentos, mientras que para Di Pietro es una novela. Para mí es una novela corta por el hecho de que forma parte del sistema de escritura de Lacay, anclado en el existencialismo más cercano a Camus que a Sartre, ya que para este escritor y filósofo el personaje debe luchar por su libertad para ser un sujeto nuevo, positivo, miembro de ese humanismo marxista surgido después de la Segunda Guerra Mundial.

Para Camus la vida es arbitraria y no conduce a ningún fin, el sujeto, tanto en la vida real como en la ficción no debe vivir del autoengaño de que va al paraíso después de la muerte. Por esa razón su única estrategia es saber que está solo en este mundo, que morirá solo. En esto radica su libertad. Lacay coloca a Ernesto Lasalle en este turbión, pero su reflexión sobre la vida y el destino humano no se eleva hasta el paroxismo camusiano, sino que se queda en pesimismo y autodestrucción.

Es importante esta continuidad de la escritura existencial de Lacay en nuestro discurso novelístico porque la generación de cuentistas que surgió después de la caída de la dictadura de Trujillo experimentará el tipo de existencialismo sartriano, mas no el camusiano como se muestra en algunos cuentos de Efraim Castillo (para aportar un solo ejemplo: “Pásame La náusea, Matilde”, o los cuatro cuentos de Ramón Emilio Reyes que integran “El cerco” (1962), el primero con atisbos del existencialismo cristiano cultivado también en aquella época por Veloz Maggiolo y Carlos Esteban Deive en “Judas/El buen ladrón”, “Magdalena y “El testimonio”, esta última del propio Reyes. Y por supuesto, la novela existencialista de Tete Robiou, “Nostalgia de la nada” (1960). Quizá “Los depravados” (1964) y “Morir por última vez” (1980), de Euridice Canaán Fernández, contengan zona del existencialismo.

En ese sentido, Lacay, que siempre reivindicaba su papel, fue el verdadero precursor de la literatura existencialista más apegado a lo Camus. Aunque es bueno señalar que el poema escénico de Franklin Mieses Burgos “La ciudad inefable” (1949) ya contiene ese tipo de existencialismo cristiano. Lacay reivindicó siempre su linaje miesesburguiano.

El reto está en el ruedo. Urge una monografía o tesis que muestre quiénes  cultivaron, y cómo, el existencialismo de orientación sartreana, de orientación camusiana y de orientación cristiana, llegadas esas tres tendencias desde Francia.

Sé que no fueron muchos los escritores, y poetas quizá pocos, los que se aventuraron en ese mar proceloso, pues el politicismo directo que arropó la vida dominicana después de la caída de la dictadura impuso el compromiso literario en todos los frentes y el existencialismo era para el marxismo una excrecencia de la burguesía. El problema de esta incomprensión es que el marxismo y la burguesía tienen la misma concepción de la literatura y el arte en virtud de que poseen la misma teoría del lenguaje y el signo.

En  1968 experimenté con el existencialismo camusiano. Un cuento: “El suicidio del señor Quesel”. Está en mi libro “Ejercicios II” (Taller, 1983). 

Me gustaría que alguien me informara, con exclusión de los autores ya citados, quiénes escribieron, en nuestro país, textos existencialistas en una cualquiera de las tres tendencias francesas. (Escríbanme a diogenes.cespedes@gmail.com).

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