La cuestión cubana

La cuestión cubana

[b]Señor director:[/b]

La situación mundial de hoy no es la de ayer, Rusia dejó de ser comunista y de apoyar a Cuba. Cayó el bloque comunista tras el muro de Berlín y sus repúblicas europeas se integraron a una Europa Unida y a la OTAN. Cuba no exporta revoluciones sino médicos y maestros y cesó de ser una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. Nuevas generaciones de cubanos con una mentalidad más moderna y amor hacia la madre patria, han nacido y se desarrollan en los Estados Unidos.

La últimas sanciones del gobierno de Bush contra el gobierno de Fidel Castro son pues, anacrónicas y como el bloqueo, son sanciones contra Cuba: contra el Estado y el pueblo cubano. En este caso, son también penalidades contra el exilio cubano lo cual parece un contrasentido pues la política contra Fidel se supone motivada por el interés político de mantener o ganar el voto electoral de los exiliados cubanos en toda la Unión pero principalmente en el Estado de la Florida donde la colonia cubana, naturalizada estadounidense, es numerosa y electoralmente influyente. Es esa colonia la que debe sufrir directamente las nuevas restricciones, violadoras de sus derechos ciudadanos.

No parece existir una motivación de naturaleza ideológica, pues el gobierno de Washington mantiene relaciones diplomáticas y comerciales con otras naciones comunistas, incluyendo en primer rango, a China, tolerando sus diferencias culturales y políticas. También, reanudó recientemente, relaciones con Vietnam, contra quien libró y perdió una guerra cruenta, costosa, inútil e innecesaria.

La absurda actitud hacia Cuba no reposa tampoco en sinceros principios de libertad o de respeto a los derechos humanos. Washington mantiene relaciones cordiales y apoya a regímenes despóticos islámicos y al régimen decididamente criminal de Sharon en Israel, el cual burla y viola impunemente, el derecho internacional y múltiples resoluciones restrictivas y condenatorias de la Organización de las Naciones Unidas.

Además, después de las atrocidades y los crímenes cometidos por sus soldados en Irak, Afganistán y Guantánamo, los cuales han merecido el repudio mundial, incluyendo el del pueblo y el Congreso de los Estados Unidos, invocar la cuestión del respeto a los derechos humanos, resulta un cinismo, incapaz de suscitar credibilidad.

Los Estados Unidos, obviamente, deben desistir de su empeño farisaico de querer cambiar el mundo, haciéndolo de nuevo, a la imagen y semejanza de sus corporaciones. Deben comprender que su liderazgo mundial, tal como acertadamente sostiene el candidato demócrata, John Kerry, depende de que sea respetado, no de que sean temidos y que ese respeto, claro está, no puede sustentarse en una doble moral sino en una auténtica correspondencia con los valores morales impresos en su Constitución y en la conciencia pública de la Nación, por sus padres fundadores.

La presión internacional por los cambios es evidente. Se manifiesta en la firme posición de sus aliados europeos ante la aventura de Irak y en la posición del gobierno de transición de ese país ocupado, al exigir que debe respetarse su cultura sin aceptar que se impongan las formas de los gobiernos estadounidense o británico. También, se manifiesta en la madura reacción de parte importante del exilio cubano en los Estados Unidos, que rechaza las sanciones que perjudican al propio exilio, amenazando con votar contra Bush.

El gobierno cubano tiene, indudablemente, muchos enemigos pero también, muchos amigos. Tiene detractores y admiradores y luces junto a sus sombras. En cualquier caso, su destino es cuestión exclusiva del valiente pueblo cubano, que ha demostrado tener la capacidad de luchar exitosamente contra poderes extranjeros ingereneistas y contra sus tiranos locales.

Fidel Castro no es eterno. El, como todo los humanos, se retirará o morirá algún día y una transición hacia otro sistema político, comenzará en Cuba, inexorablemente. Lo sensato; lo justo, sería que la comunidad internacional déjese a Castro cumplir su destino y al pueblo de Cuba, decidir que rumbo tomaría después.

Personalmente, deseo que ese pueblo hermano que ha exhibido tanto estoicismo y tanta dignidad, no se abra a la explotación del neoliberalismo globalizador.Espero que no entregue su capital y su mercado nacional a las grandes corporaciones extranjeras y que bajo ninguna circunstancia, permita la irrupción del multipartidismo clepitocrático y entreguista con sus secuelas de corrupción, drogadicción, criminalidad y extensión de la miseria. Eso es lo que ha ocurrido en mi país después de Trujillo y es una experiencia que ningún pueblo debería repetir.

Atentamente,

Pedro Manuel Casals Victoria

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