La cuestión dominicana

La cuestión dominicana

Tres reflexiones de índole muy distinta me llevan a poner sobre el tapete la cuestión dominicana, o si se prefiere, la singularidad de la sociedad dominicana. Una de esas reflexiones es filosófica, la otra histórica y la tercera eminentemente antropológica.
Reflexión filosófica. Todos hemos repetido en algún momento la célebre frase de Heráclito, “panta rei”: todo fluye, aludiendo a que nadie se baña dos veces en el mismo río.
A todas luces, eso no es totalmente cierto. No solo porque lo que fluye es el agua del río, no el lecho cuyo lecho podemos ocupar una y otra vez, sino porque si todo cambiara sería irreconocible qué es lo que está cambiando. En otras palabras, no se duda del cambio, pero tampoco de que algo es lo que cambia y permanece a pesar de sus mutaciones y transformaciones temporales.

De ahí mi primera pregunta sobre la sociedad dominicana: ¿qué cambia y qué permanece en ella de manera que se mantenga idéntica a sí misma?

Reflexión histórica. En su libro Sapiens: breve historia de la humanidad (2011) el joven historiador judío Yuval Noah Harari sostiene entre otras muchas tesis una a la que me suscribo en el contexto antropológico de la sociedad dominicana.

Según Harari, los descubrimientos de los últimos siglos modifican nuestro estilo de vida y hasta nuestra biología, pero no nuestros instintos ni satisface nuestros deseos. La historia nos muestra cómo avanzamos desde los árboles a las cavernas y el fuego, de las canoas a los galeones y así sucesivamente mientras nos acercamos a ser “dioses”, pero ni alcanzamos la utopía ni la felicidad. Más bien permanecemos insatisfechos, infelices, lejos de mejorar. En ocasiones incluso seguimos estáticos y sin avanzar. El Sapiens ni siquiera sabe “en qué desea convertirse”.

De ahí mi duda y preocupación. ¿Hacia dónde avanza, no ya y en general la humanidad, sino la sociedad dominicana, heredera y guardiana de qué?

Reflexión antropológica. Imposible que deje de admirar y de asombrarme por los cambios radicales que la sociedad dominicana ha experimentado y que –como cualquier otra sociedad humana– sigue experimentando a lo largo de su acelerado proceso de urbanización y más recientemente de globalización. En medio de tales transformaciones, reconozco la continuidad temporal de cuanto es principal y fundamentalmente dominicano a partir de su proceso de independencia y, fundamentalmente, de la sociedad tabacalera del siglo XIX. Fue en ese entonces que surgió por primera vez en el país una organización social autóctona gracias a la cual la mayoría de la población gana su propio sustento de manera moderna y sostenible y, al mismo tiempo, consigue dar sentido y valor a su propia existencia.

Por supuesto, dicha organización y sus patrones culturales de comportamiento no concluyeron con el declive del tabaco y el surgimiento de la agroindustria azucarera a finales del siglo decimonónico. Pero son ellos los que hacen las veces de lecho del río. Permanecen vigentes e impactan de manera sincrética el sistema de adaptación social del pueblo dominicano a las estructuras e instituciones nacionales e internacionales que conforman su statu quo político, jurídico, económico e ideológico. La vida de cada sujeto individual transcurre dentro de un tipo de organización social imbuido de relaciones humanas, costumbres, hábitos, presupuestos, estilo y creaciones artísticas, creencias, valores, prejuicios e intereses adaptados todos ellos como si fueran su medio ambiente –no ya natural sino– cultural.

Es por eso que encuentro en la historia antropológica dominicana ese mínimo común denominador que hilvana en el tiempo los cambios ahí registrados y la identidad de la población que habita el territorio dominicano, para mostrar al mundo un gran manto claroscuro caracterizado por el sincretismo cultural.

Permítaseme repetirme. Lo dominicano no es un gentilicio más y sin más, entre todos los otros. No solo porque es el nuestro, sino porque aporta algo singular a la raza humana.

Ese más lo encuentro en esa historia antropológica dominicana que, por diferenciarse de la política y de la económica, carece de abolengo y de una narración que la valorice. Como tal, permanece sumida bajo el fardo documental y discursivo de la historia política relativa a un Estado que con sus fechas, actividades económicas, figuras destacadas e incluso expresiones ideológicas, desconoce el diario vivir de quienes de manera anónima conforman, soportan, dan continuidad y se reproducen a sí mismos, en medio de lo que se quiera entender de manera docta por sociedad dominicana.

Tesis sobre el ser-dominicano. Por el discurrir de aquellas reflexiones y de esa historia antropológica llena de relaciones familiares e interpersonales, de hábitos, costumbres, intereses, creencias, valores, pasiones, miserias humanas y aspiraciones, induzco la siguiente tesis:

El ADN o código –no genético ni racial sino– cultural de lo que es dominicano surge durante el siglo XIX con la economía del tabaco en el Cibao y permanece vigente hasta el presente.

A la luz de esa aseveración, procede verificar si dicho ADN es el que soporta y logra la adaptación de la población a un medio ambiente institucional cuyo entramado de influencias y de poderes la incluye e integra; o bien por el contrario, si le impide participar en el statu quo del orden social imperante. Y para comprobarlo, es menester establecer si los miembros de ese conglomerado humano, por efecto del desamparo y eventuales arbitrariedades que haya experimentado, se reproducen recurriendo a su propio espíritu “ego”ísta de sobrevivencia individual, pero sin sentido de lo que es común y público; o al contrario, lo logran conscientes de ser parte integral de un “nosotros” y apoderados (empoderados) de su concepción y proyecto.

Como cualquier otra tesis en una disciplina social, la antes enunciada no es ni verdadera ni falsa, pero sí útil –o en su defecto inútil– para interpretar los fenómenos constitutivos del ADN o código cultural dominicano. Este, como el lecho que perdura en el río de Heráclito, es el que permanece y da principio y fundamento a la identidad dominicana en medio de las rupturas y modificaciones políticas, económicas e ideológicas que sufre a lo largo del tiempo.

Así, pues, en la antesala de la cuarta revolución industrial y de un acelerado proceso de globalización, sobre el tapete queda expuesta la cuestión dominicana, en términos de su singularidad.

Para esbozar –mas no para demostrar–esa cuestión a partir de dicha tesis elaboraré en subsiguientes trabajos las características e impacto de la sociedad tabacalera en el Cibao decimonónico antes de discernir su transformación y permanencia en los siglos posteriores. Ese recorrido permitirá cernir las características singulares de la sociedad dominicana, y por ende, postular qué es lo que distingue de manera exclusiva al ser-dominicano en tanto que nota armónica e indispensable de esa magna sinfonía antropológica que es la raza humana.

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