La cuestión haitiana

La cuestión haitiana

 EDUARDO JORGE PRATS
Uno de los grandes errores de la izquierda dominicana es haber permitido que la derecha condicione todo el debate acerca de las relaciones con Haití y de la cuestión migratoria. Porque, al estar ausente del debate, no ha contribuido a que se construya una política exterior hacia Haití que refleje un centro de consenso entre las diferentes fuerzas políticas de la nación. Haití, sin embargo, es demasiado importante para el destino dominicano como para que permitamos que nuestra posición respecto a la nación hermana responda a posiciones sectarias.

En una cosa hay que estar claros: los dominicanos estamos en el derecho de modificar el estatuto de la nacionalidad para hacer más restrictiva la adquisición de la nacionalidad. Ello, sin embargo, no puede hacerse ignorando dos datos fundamentales: la nacionalidad es uno -de varios elementos- que determinan la política migratoria de un país y, lo que no es menos importante, nuestra decisión debe tomar en cuenta que somos un país que no sólo recibe migrantes sino que también los exporta.

Más aún, la modificación del estatuto de la nacionalidad no debe pasar por alto lo que Peña Batlle avizoró en 1942 y que certifica C. Tomuschat en el 2001: “Hoy en día, el orden legal internacional ya no puede ser entendido como un orden que está basado exclusivamente en la soberanía del Estado (_) La comunidad internacional exige la protección de ciertos valores básicos, incluso sin o en contra de la voluntad de los Estados individuales. Todos estos valores se derivan de la idea de que los Estados ya no son más que instrumentos cuya función inherente es servir a los intereses de sus ciudadanos tal como están legalmente expresados en los derechos humanos”.

Pero tenemos el derecho de fijar las condiciones de acceso a la nacionalidad dominicana y vincularla a condiciones de una nacionalidad efectiva y de un lazo directo con el territorio como lo es la residencia. Porque el acceso a la nacionalidad es el primer requisito para acceder a la condición de ciudadano y al ejercicio de los derechos políticos. Pero solo por ello. Porque para tener derechos, basta tan solo con ser persona y se es persona con tan solo ser un ser humano. El derecho a tener derechos deriva de la personalidad jurídica y ésta se adscribe a todo individuo, sin importar su nacionalidad. Que no reformemos el estatuto de la nacionalidad pensando que impidiendo el acceso a la condición de dominicano se impide el disfrute de los derechos fundamentales que la Constitución reconoce a todas las personas sin distinción.

Debemos controlar nuestras fronteras y los flujos migratorios hacia nuestro territorio. Pero debemos hacerlo partiendo de la idea de que quienes emigran no son mercancías ni una fuerza de trabajo que carece de derechos. Debemos evitar que surja un Kosovo en nuestra nación compuesto de ciudadanos de segunda o de seres reducidos a la nuda vida (Agamben). Debemos conceder derechos políticos sólo a los ciudadanos pero reconociendo que los no ciudadanos son personas sujetas de derechos que gozan del derecho a emigrar, cuya contrapartida es el deber de las naciones del mundo, principalmente las desarrolladas, “de hacer posible la inmigración” como exige Luigi Ferrajoli.

La izquierda debe apoyar a los nacionalistas progresistas y reclamar que las naciones que explotaron a Haití asuman su responsabilidad histórica y financiera frente a la hermana república y que no pretendan que el país cargue sólo un fardo que no le corresponde. Haití puede y debe ser un socio comercial de primer orden de los dominicanos. Y la sostenibilidad medioambiental de la isla depende de la reconstrucción del Estado haitiano.

Debemos evitar que nos acusen de racistas, calificación que no corresponde a las masas dominicanas aunque sí quizás a parte de nuestras elites, como bien revela Michelle Baud. Pero solo el Derecho y el patriotismo constitucional y cosmopolita evitará que los dominicanos seamos aplastados por el neocolonialismo cool de quienes a través de su antirracismo profesional legitiman y repiten la lógica del racismo. Como lo pide Pierre-André Taguieff, recuperemos un civismo republicano que reclame el control de la inmigración ilegal pero que no abandone la nación dominicana a los valores de la más extrema derecha.

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