La cultura cimarrona, el maniel de la frontera

La cultura cimarrona, el maniel de la frontera

En “Las culturas afrocaribeñas” Carlos Esteban Deive hace, a mi manera de ver, un importante aporte al conocimiento de la cultura del cimarronaje en La Española, y va a más allá de Gabriel Debien en Richard Price (comp.), “Sociedades cimarronas” (1981). Deive presenta una radiografía de los levantamientos de esclavos alzados en el maniel y de las actividades de caudillos negros en la zona occidental. Y va más allá a mostrarnos cómo vivían y cómo eran sus prácticas culturales, en especial la alimentación.
El cimarronaje fue un fenómeno que comenzó desde el inicio de la esclavitud y afectó de cierta manera a todo el gran Caribe. Los lugares de asentamientos de negros recibieron distintos nombres como maniel en La Española, quilombo en América del Sur y mocambo en Brasil (Price).

Durante el desarrollo de la colonia de Saint-Domingue y la delimitación fronteriza de 1777 con el tratado de Aranjuez, las colonias tuvieron diálogos para controlar la evasión de esclavos y la formación en tierras apartadas de comunidades de autogestión y de defensa. En su importante discurso para el ingreso a la Academia de la Historia el historiador higüeyano Vetilio Alfau Durán da importantes datos no sólo de la situación de evadidos de un lado a otro de la frontera, sino de la actitud de los habitantes de La Española en contra de la repatriación de esclavos de la parte este hacia el oeste. Y menciona el caso de los esclavos que vinieron a formar el barrio de Los Minas y el de un esclavocrata de Puerto Rico que pretendía que le retornaran esclavos huidos de esa isla.

En el tiempo de los cimarrones, aumentaban también los mulatos. La población de mulatos vino en aumento en todo el Caribe. Muchos de esos criollos participaron en el contrabando, la piratería y se destacaron por su valor en las milicias de defensa de las islas atacadas por piratas. Uno de ellos, Miguel Enríquez, llega a ser el hombre más acaudalado de Puerto Rico y tal vez el mulato más influyente en la política de su época. Otro mulato, hijo de una criolla y un negro liberto, José Campeche y Jordán funda la pintura puertorriqueña a finales de siglo XVIII al ambientar retratos y batallas en un ambiente donde toca la gente, las prácticas culturales y cierto paisaje de Puerto Rico.

Discrimen, segregación, complejo racial y la falta de ascenso al poder político dividieron a los mulatos y los blancos de Saint-Domingue que aprovecharon los acontecimientos metropolitanos que produjeron la Revolución francesa en 1789, para exigir reivindicaciones que iniciaron efectivamente la pugna entre los grupos gobernantes de la más importante colonia de Francia en el Caribe. A la fisura entre mulatos y blancos, luego de la muerte de los líderes mulatos Vincent Ogé y Chavannes, se inició la rebelión de esclavos en Haití dirigida por Toussaint L’Ouverture, Dessalines y Henri Christophe. El Caribe se conmovió con las disputas entre Francia e Inglaterra, que tenía dominios en el Caribe oriental como Santa Lucía, Jamaica y la Mosquitia, hoy Belice.

La colonia de Saint-Domingue, por razones de la segregación racial, la explotación intensiva de la mano de obra y los recursos naturales y la situación internacional que produjo la revolución burguesa en Francia, entró en una espiral de violencia en la que entraron los negros que se rebelaron y asesinaron a sus amos, provocando una estampida en todo el Caribe. Los antiguos amos, en los barcos que pudieron alcanzar, salieron hacia Filadelfia, Santiago de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico; con este acontecimiento había iniciado lo que los historiadores del Caribe llaman la Revolución Atlántica.

La respuesta de Francia a la división y lucha entre mulatos y blancos, la dos clases esclavistas que dominaban la colonia, fue la declaración de la libertad de los esclavos, que realizó el Comisionado de la Asamblea Nacional Léger Félicité Sonthonax; pero ante el levantamiento general de esclavos y el poder de L‘Ouverture en el gobierno de la colonia, quien inconsultamente había unificado el Saint-Domingue español y el Saint-Domingue francés, Napoleón respondió enviando a 22 mil tropas al mando del general Leclerc. Tropas a las que no se les permitió desembarcar por Cabo Francés y lo hicieron efectivamente por Samaná. Los antiguos esclavos comenzaron una lucha de resistencia por mantener la libertad y los franceses lograron apresar a Toussaint quien fue llevado a la metrópoli donde murió en un castillo del Jurá (Bosch, 1970).

Los acontecimientos iniciales de la Revolución francesa y su proyección en el Caribe son simbolizados en la obra “El siglo de las luces de Alejo Carpentier” (1962) y los que corresponden a la Revolución haitiana aparecen en la novela “El reino de este mundo” (1949) en la que Carpentier inaugura la teoría de lo Real-maravilloso. Concibe la realidad como parte de su propia magia no un realismo creado por los autores. La realidad de América es real-maravillosa. De ahí que usará los elementos mágicos de la realidad caribeña para explicar el origen de la revuelta de esclavos. En esa se destinarán seres salidos de la mitología negra o mitificados por ella como el jamaiquino Boukman y el personaje Ti Noel.

En Puerto Rico, aunque en menor cantidad, hubo sublevaciones de esclavos, no está fijada la existencia de espacios habitados por huidos o la existencia de bandas de esclavos sublevados. El aceleramiento de la esclavitud en Borinquen es consecuencia de la Revolución Atlántica por eso las rebeliones que muestra G. Baralt en “Esclavos rebeldes” (1982) tienen mayor auge en el siglo XIX. En la literatura, Edgardo Rodríguez Juliá publicó en 1974, “La renuncia del héroe Baltasar”. Obra que cuenta la historia de un jefe esclavo que liberó a los negros y renunció a la lucha de su pueblo. Con técnicas del boom hispanoamericano y reminiscencia de la novela existencial de los años cincuenta y sesenta, Rodríguez Juliá pone el tema del negro libre en la literatura del Caribe.

Corresponde a Cuba abrir el horizonte del tema para permitirnos la mirada más detenida del cimarronaje en el Caribe: el libro de Miguel Barnet, “Biografía de un cimarrón” (1968) en la que, a través de una etnología que en ciertos aspectos podría ser cuestionada, cuenta en primera persona la vida de Esteban Montejo, un cimarrón de 108 años que le cuenta las peripecias, la vida en el bosque y su opinión sobre la Cuba de las guerras por la Independencia.

Miguel Barnet escribe un clásico de la literatura de testimonio, una obra de fácil lectura que nos permite conocer la vida cotidiana de los cimarrones, la comida, la religiosidad, la forma de ver el mundo, el mundo en el bosque, y las razones que los llevaban a evadirse de las plantaciones. El libro es además de una memoria, una autobiografía en el que no podemos separar del todo la conciencia autorial de la voz del entrevistado.

En 1979, Juan José Ayuso publicó un importante poema titulado “Bienaventurados los cimarrones” en el que muestra el desaliento de la épica que acunó en sus puños rosados su generación, la generación del 65: “Pero vuelven los currículos./ Años después,/ no importa cuántos,/ los círculos se ensanchan…/los tiempos y los cambios también/ cambia la gente./ Tú y yo no hemos cambiado/ —es lo que se repite./ Solo ha pasado el tiempo./ El tiempo es lo que cambia/.” (Continuará).

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