La cultura del abuso

La cultura del abuso

A veces uno tiene la impresión de que la gobernabilidad reside hasta en el chantaje. «Si tocas esa tecla, te hundes». «Si me haces, te hago». «Si me dices, te digo».

Y con esas palabras mágicas que pudieron haber sido escritas para un bolero de amargue o pronunciada por algún Capo de la mafia, todo vuelve a su normalidad, concluye la discusión y terminan los buenos o malos deseos de los enfrentamientos sin ganadores ni perdedores. Entonces, el equilibrio de la gobernabilidad se establece.

El chantaje con sus innumerables vertientes se ha convertido en los países donde la justicia no funciona en un arma eficaz para la defensa y el contra ataque, en una costumbre que sí funciona.

Aquellos que han presenciado con relativa objetividad a nuestros gladiadores en la batalla de la comunicación afirman que el espectáculo del odio contra el chantaje es insuperable, y tan estimulante como puede serlo el café de la mañana para los hombres y la telenovela de la noche para las mujeres.

Sostienen esos observadores que para la vida dominicana, tan aburrida por la falta de cuartos y de luz, el chantaje por su eficacia y uso debe ya contemplarse en nuestra constitución como un derecho inalienable de las partes en conflicto.

Nuestros tradicionales chantajes han mantenido en vilo y por décadas este desconcertado país, pero también han mantenido aparentemente vivo su extraño equilibrio. Ante la fragilidad de nuestras instituciones jurídicas, el chantaje se afianza y entroniza.

Por eso tal vez cuando algún político o cualquier ciudadano sospechoso de haber incurrido en alguna falta es entrevistado, suele llevar a la televisión una carpeta abultada de documentos, no para defenderse sino para chantajear y despedazar a su adversario. Ya aquí cuando uno agrede a otro y el agredido no responde la agresión, el agresor abusa. Si el agredido calla, el agresor lo descuartiza.

La cultura del que tiene más saliva come más hojaldre, o cultura del abuso, no sólo es una realidad aquí, es la única realidad. Por eso quizás y por muchísimas razones (la irracionalidad, entre otras) la gente discute tanto, pelea tanto, se angustia tanto. Y no resuelve.

Y seguirá sin resolver mientras los tribunales encargados de administrar justicia no sean confiables para ellos. Mientras nuestros jueces teman enfrentar a ciertos acusados. Hasta tanto una justicia ciertamente imparcial para todos sea aquí una realidad y no espectáculo de mal gusto.

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