La enorme militancia de que el PRD ha contabilizado desde 1962, ha tenido incrustado en sus recovecos cerebrales la consigna de que si pierden unas elecciones es por que el contrario le ha hecho coca en sus aspiraciones y así arrebatarle el triunfo, que supuestamente lo tenían asegurado.
Y parte de la historia electoral, con la participación masiva del PRD, nos dice que en aquellas elecciones en que ellos lograron el triunfo, alegaron que ocurrió alguna anomalía, arrebatándoles una enorme cantidad de votos y de legisladores, con especial empeño destacan aquella de 1978; la división interna de siempre fue el preludio de lo que sería se derrota de 1986, que divididos, perdieron y denunciaron el acostumbrado fraude.
Las elecciones celebradas en la década del 90 del siglo pasado fueron muy determinantes en sembrar para siempre la sentencia lapidaria de su líder histórico, el doctor Peña Gómez, que al PRD solo lo derrota el PRD. Recuérdese en 1994 el famoso trastrueque que protagonizaron los perredeístas y reformistas, con el juego a que se dedicaron a dislocar el padrón electoral produjo una angustiosa crisis política, en que intervinieron las más variadas personalidades extranjeras, eclesiásticas, empresariales y de la sociedad civil, para recortar el periodo presidencial en dos años y bendecir a los legisladores y síndicos con su pura y diáfana elección de sus cuatro años de ejercicio.
Lo ocurrido a raíz de las elecciones del pasado domingo 20 no podía ser diferente a lo acostumbrado en la conducta del PRD. Todo por haberse hecho una ilusión de un triunfo seguro, que realmente el pueblo lo esperaba para sacudirse de una camarilla morada de engreimiento y prepotencia, y por el rechazo popular por la forma tan personal como se administran los recursos públicos contribuyendo a crear una corporación político-económica de gran gravitación social.
El pataleo de los perredeístas fue abierto y tenaz desde la primeras horas del domingo 20 en la noche. La acelerada emisión de boletines consolidados de la Junta Central Electoral apabullaba a quienes habían cifrado las esperanzas en el triunfo del PRD, que se le escapaba con rapidez, y que en la tarde del día 22 los llevó a un momento de exaltación que los inducía a lanzarse a las calles, con previa convocatoria de concentrarse en el parque Independencia, lo cual provocó una estampida de la ciudadanía hacia sus hogares para evitar la previsible tragedia que se asomaba en el horizonte vespertino.
Afortunadamente, la sensata y precisa alocución de Hipólito Mejía calmó los ánimos y devolvió la cordura a los exaltados dirigentes blancos, que acariciaban el plan de lanzar las masas perredeístas a las calles para inmolarlas como aquel fatídico día de abril de 1984.
Ya la sensatez ha retornado a la cabeza de los dirigentes perredeístas, que ahora se aprestan de nuevo a una de sus acostumbradas y absurdas luchas internas para recomponer el partido, buscando al villano de la ocasión, y más que Mejía se designó como el líder de la oposición, con lo cual la artillería pesada se enfilará hacia el presidente del partido, que aun cuando votó por la candidatura blanca, mantuvo una distancia que se alejó de su candidato, que con los errores que cometía con tanta frecuencia, finalmente lo llevaron a la derrota.