La cultura popular y el miedo a la sobriedad

La cultura popular y el miedo a la sobriedad

El Señor no perdonará al que diga: “Tendré paz,  aunque ande en la dureza de mi corazón, puesto que con la embriaguez se aplaca la sed.” (Deuteronomio 29.19).

Somos un pueblo adicto al aturdimiento. Por doquiera escuchamos una radio a todo volumen, en donde un individuo se desgarra el alma llorándole a una mujer que lo rechaza o tratando de humillarla con un fingido desprecio que no es sino otra forma de lloriquearle.

Eso, desde luego, lo hacen también los argentinos, los colombianos, los brasileños y los demás. Es historia vieja, europea, y aún más antigua.

Uno de los casos más dramáticos es el de los mejicanos, quienes proclaman ser machos mientras lloran “a moco tendido”. El más patético es el tipo que asegura que  sin trono ni reina, ni nadie que lo…obedezca, aún así, sigue siendo un rey (¿).

Creo que los psiquiatras no han examinado bastante el afeminamiento que hay en esos que tanto lloran a madrecitas y paicarritas por casos de abandono.

Probablemente, por temor a  pseudo-machos, quienes jurarían venganza, y resultarían tan peligrosos como homosexuales encubiertos, un clan secreto, difícil de identificar, y nunca se sabe cuando se les ofende. Aunque, a menudo, un homosexual resulta más hombre que un llorón de estos. (Como prójimos, amamos y respetamos a ambos).

Una cultura sensual, emotiva, ruidosa, festiva y febril,  es una forma de evadir los desafíos de la realidad que se vive.

No es por otra cosa que se bebe tanto y se tiene un horror tan generalizado a la sobriedad. No me refiero solamente a bebedores, drogadictos y fornicarios  conocidos o disimulados.

También a los jugadores, activistas y fiebrudos; a políticos, trabajadores y religiosos empedernidos.

Quienes, teniendo débil “como ellas el alma”, les dan pánico la quietud, la soledad, la sobriedad; las rehúyen.

Toda conducta escapista es debilidad de carácter; el alcoholismo es sólo un caso. Pero cualquiera de estas modalidades es igualmente “afeminada”, para decirlo en lenguaje machista.

La cultura local, los medios y grandes industrias, propician esas blandenguerías y “maricostumbres” de varones… y de mujeres; que producen  patrones aberrantes, como la “contradicción endiosamiento-maltrato” de la mujer, o su predominio moral en el hogar, asumiendo esta la dirección de los hijos,  su representación ante la escuela y la comunidad, y ante Dios; mientras un tipo inmaduro sólo se cree obligado a proveer techo y comida, con “autoanuencia” para parrandearse el resto. Fantaseando sobre mujeres imposibles, entre consolado y aturdido por bebidas y canciones lacrimógenas. A todo volumen.

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