La Cultura y la Ciencia como
trampas emocionales y espirituales

La Cultura y la Ciencia como<BR>trampas emocionales y espirituales

RAFAEL ACEVEDO
Toda cultura es un modo de ver el mundo. Desde su óptica, todo tiene color  específico. Una cultura es, por tanto, un prejuicio. Un gran estudioso del hombre decía que la cultura es como el agua al pez: uno se da cuenta cuando sale de ella cuando va de paseo, a través de un libro, del cine o la televisión.

Nuestros sentimientos y emociones son aprendidos de nuestros congéneres y pares, bebidos del propio ambiente cultural. Si, pues, a usted le gusta la bachata y la música ruidosa no es por  casualidad. Tampoco difiere demasiado del que ama a Gardel o a Manzanero.

Ni es esencialmente diferente el que sigue la telenovela del que gusta de la opera. Uno es más elaborado que otro, y se puede presumir su supremacía.

La cultura hace creer a un vago mejicano, sin mujer ni subalternos, ni nadie que le haga caso que, a pesar de su miseria existencial,  “el sigue siendo el rey”.

O a un porteño argentino de 1930, despechado por una prostituta, que su madre es la única mujer en que puede confiar.

La cultura la creó el hombre, pero Dios ha querido darnos la suya, de apartamiento y obediencia, que aleja del carnaval del mundo.

Por su parte, la Ciencia, como sistema de hipótesis, también es un  esquema “prejuiciado” para ver aspectos determinados de la realidad, con conceptos que disecan lo observado, porque toda conceptualización es una especie de “cadaverización” de la realidad viva que permanece afuera.

Sólo la intuición puede ser totalizadora. La que viene de Dios es sabiduría revelada, según dice San Pablo, en Carta a Colosenses.

Lo peor es lo pseudo-científico, porque la realidad total no es alcanzable para la Ciencia ni en sus mejores momentos; luego, qué decir de las falsificaciones de los diletantes emocionalmente perturbados. 

Aún la mejor ciencia es oscuridad más allá, al lado o detrás de su cono de luz.

A menudo, Dios revela a los más humildes lo que oculta a la soberbia de los sabios.

Busquemos la verdadera sabiduría en un Cristo experiencial del día a día; no en ritos ni misales.

Un Cristo vivo e interactuante, que  ayuda a corregir el rumbo tras los tropiezos. Que se revela en el silencio y en la oración; en una comprensión, una paz y un gozo totales. Inefables.

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