La dama puritana

La dama puritana

Entraba en una papelería para comprar un bolígrafo, cuando fui abordado por una señora excedida de años y de kilos.

-¡Por fin me lo puso Dios en el camino; tenía deseos de decirle algunas cosas sobre sus escritos!- exclamó, aplicándome una palmada tumbahombros.

-La escucho- dije, disimulando el desagrado que me causó la rudeza del saludo.

-Comenzaré señalándole que sus relatos son demasiado cortos, y eso no se justifica en un autor con mucha imaginación, y gran experiencia mundanal.

–  Señora, los que escribimos en los periódicos tenemos espacios limitados para nuestros artículos, y estos ahora están reducidos a un escaso número de palabras- repuse, rehuyendo la rara fijeza de su mirada.

-Eso se justificaría con los escritores aburridos, que no es su caso; confieso que me da brega soltar sus libros cuando comienzo a leerlos.

Las palabras elogiosas contribuyeron a suavizarle la expresión de los ojos, grandes y saltones, y a disminuir el desagrado inicial por el cajetazo sobre mi clavícula.

– Sin embargo- añadió- no comprendo su obsesión con los temas alusivos al sexo.

-¿No sería más correcto decir que abordo temas eróticos, o que recurro a las diferentes facetas de las relaciones amorosas entre hombre y mujer?- pregunté, colocado a la defensiva.

– Como persona de cierta cultura, conoce los secretos del idioma, y evita las palabras vulgares en sus relatos; pero el sexo es el disfrazado protagonista de casi toda su literatura.

La expresión “de cierta cultura” no me agradó, pese a mi modestia innata, pero afortunadamente llegó atenuada por sus iniciales criterios positivos sobre mi obra.

– Ahora bien- continuó- este es un país con mayoría de gente morbosa, y esos comprarán sus libros; pero conozco personas a quienes muchos de sus temas no les agradan.

– ¿En cuál de los dos sectores está usted ubicada?- pregunté, aunque partía de la premisa de que figuraba entre los moralistas y mojigatos.

-Soy una mujer seria, conservadora, quizás chapada a la antigua, pero debo confesar, con cierto pudor, que de sus obras mi preferida es su novela Desventuras amorosas de un solterón. Se despidió con una amplia sonrisa en el rostro ruborizado, y  comprobé una vez mas  la veracidad de la frase que señala que el hombre que diga que entiende a las mujeres podría ganar un concurso mundial de mentirosos.

Porque debido a su contenido de sexo, mi esposa Yvelisse califica esa novela como “no apta para menores de cuarenta años”.

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