La danza madre de las artes

La danza madre de las artes

Quien no baila desconoce el camino de la vida”, es una expresión recogida de un himno gnóstico del siglo II. “El que conoce el poder de la danza tiene su morada en Dios”, canta en un rapto poético Galal Al-Din Rumi, poeta y derviche persa.

La danza, herencia de nuestros primitivos antecesores como expresión ordenada del regocijo del alma en el movimiento, se transforma en ritmo de sacrificio, sortilegio, oración y visión profética. Convoca  o ahuyenta las fuerzas de la naturaleza, cura al enfermo, es eslabón que une a los muertos con la cadena de sus descendientes, da suerte en la cacería y victoria en la batalla, bendice los campos y la tribu. Difícilmente pudo otra cosa superar la importancia de la danza en la vida de los pueblos primitivos y de las civilizaciones antiguas.

La danza es la madre de las artes. La música y la poesía existen en el tiempo; la escultura y la pintura, en el espacio; pero la danza vive en el tiempo y en el espacio. Los diseños rítmicos del movimiento, el sentido plástico del espacio, la representación animada de un mundo visto e imaginado, todo ello lo crea el hombre en su cuerpo por medio de la danza, antes de utilizar la sustancia, la piedra y la palabra para destinarlas a la manifestación de sus experiencias interiores, señala Curt Sachs.

La danza primitiva interpreta al hombre colectivo sin sometimiento a reglas ni disciplina, sólo cuando se convierte en ceremonia asume comportamientos codificados. El grupo predomina, pero de él surgen aquellos que saben hacer algo más que los otros; cuando uno salta más y da cabriolas como un virtuoso, se convierte solista del ritual-ceremonia. El conjunto desarrolla danzas simples, los solistas ofrecen el espectáculo; el argumento es un dato de la vida colectiva. El mundo desconocido, la magia y luego la religión se apropian de la danza. Las civilizaciones griega y romana nos han dejado precisas indicaciones de sus danzas y prácticas; en aquellos tiempos, además de la importancia de los ritos, aumenta la comercialización del fenómeno.

La danza es un bien adquirible y comienza a tener relación creativa con la música. Los protagonistas ya no son los ritmos salvajes, sino los primeros instrumentos civilizados.

Las mujeres conquistan la belleza del gesto sobre las dulces notas emitidas por flautas y cítaras. Se inventa el entretenimiento, cambian los objetivos, pero permanecen los ritos. La época clásica exalta lo bello, inventa la armonía, conviven Júpiter y Apolo, el rayo y el canto.

Etapa nueva.  El largo período de la Edad Media posterga la danza, pero no la aniquila, se inicia un nuevo período, un nuevo pensamiento.

El renacimiento recupera el clasicismo, sale de escena el diablo, figura preponderante del Medioevo, retorna Apolo. La nueva sociedad engendra los más variados entretenimientos teatrales y de danza; la Florencia de los Médici acuna la danza y Catalina de Médici patrocina la danza en París. Luis XIV, el Rey Sol, se complace bailando convertido en Apolo. En el Olimpo parisiense reinan los Beauchamp, los Lulli, los Moliére. París asume los temas inventados por los italianos, ya no se habla de danza, sino de ballet, se inicia la  modernidad.

En 1581 se presenta por primera vez un espectáculo que une  danza, música, argumento, basado en la idea de De Baif; el resultado de esta síntesis es  “El Ballet Cómico de la Reina”, considerado como el primer hecho espectacular danzario que inicia la danza clásica, o ballet.

A partir de entonces, el ballet inicia en Francia un camino independiente.

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La danza clásica

Se expande, se codifica, y a la vuelta de más de cien años, se cuestiona. Juan Jorge Noverre, nacido en Suiza el 29 de abril de 1727, produce una verdadera revolución en el plano de la danza. Sus reformas, en un principio rechazadas, terminan imponiéndose, y el ballet toma  un nuevo giro. Creador del “Ballet de Acción”,  en su  honor  se ha tomado la fecha de su nacimiento, 29 de abril, para institucionalizar el Día Internacional de la Danza.

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